LOS PARAÍSOS PERDIDOS
Casiano López Pacheco
El Papa emérito Benedicto XVI ya no interviene, para bien o para mal, en las intrigas convulsas de este mundo. Decidió retirarse voluntariamente un 11 de febrero de 2013 y desde entonces, mata las horas- el que antes fuera Cardenal y Prefecto para la Doctrina de la Fe, y posteriormente Obispo de Roma- en tocar el piano, la música celestial de Mozart, Beethoven y el divino Bach.
Las notas geniales de los tres portentos de la música clásica resuenan en su estancia y lo elevan a lo más alto del cielo. Allí, su espíritu humano experimenta una catarsis y se funde con la materia inasible de Dios, amalgamándose en un sólo ser. Como intelectual sobrado que es, las lecturas diarias sobre Teología, refuerzan y ejercitan los resortes de su mente en un hombre de 86 años, que hojea los periódicos, escucha las noticias por la noche y ocasionalmente ejerce de anfitrión ante algunas visitas.
Cultivar el pensamiento por un lado, y el cuerpo, por otro, paseando por los jardines del Convento del Vaticano donde mora, retirado del mundanal ruido, es su particular disciplina diaria. Alejado de los focos, de las primeras portadas, de todo lo perturbador, la que fuera cabeza visible de la Iglesia, descansa, mientras la Humanidad prosigue su marcha caótica día tras día. Como puede apreciarse por el dramatismo de los sucesos diarios a los que nos hemos acostumbrado, la vida sigue su curso ajena al resto del universo, incluido el Vaticano.
Pero al Papa dúplice no le afecta en demasía. O sí, quizás reflexione sobre ello a ratos. Sabe que los pobres aumentan considerablemente. Una masa densa y oscura de futuros indigentes que aporrean las murallas y fortalezas de los poderosos, protegidos por el sistema , de forma que resultan inalcanzables, cuando no, invisibles, al resto de los mortales.
No obstante, Ratzinger cohabita a la perfección con el Papa Francisco, sin hacerse sombra el uno al otro, dejándole al segundo la responsabilidad de enmendar este “status quo “ inamovible, plagado de tinieblas.
Las sombras, sin embargo vienen de otros sitios. Es la pesadumbre que se anida en las ojeras de la Infanta Cristina, sumisa y desinformada, esposa de un depredador insaciable y avaricioso.
Una oscuridad como la que le ha impuesto el César Rajoy al ungido en Andalucía, para intentar desbancar al sistema podrido en el que vive el PSOE a sus anchas. El elegido es Juan Manuel Moreno Bonilla. Un perfecto desconocido que tiene dos años para perder dignamente frente a la izquierda aburguesada que gobierna en coalición.
Sombras que deambulan de aquí para allá, que tocan suavemente los hombros de los predestinados a la hecatombe. Como al lindo de Valderas o al Presidente de la Diputación de Sevilla, al que los ERES, según Alaya, constata que les afecta a ambos, que por supuesto no saben de que se les habla.
Hasta el Convento del Papa alemán llega el hedor que corrompe al orbe. Ni el mismo Mozart, con toda la belleza de su música eterna es capaz de evadirnos de tanta mierda que arrastra en sus turbulentas corrientes el río Tíber, como metáfora de todos los ríos. Del río de las vidas que se perderán en las inmensas y agitadas aguas de los océanos al final de la función, disueltas como ínfimos granos de sal en un vaso de agua.