Crónica y fotos: Antonio Morales Benítez
No existe una primera vez en Chauen. No acertamos a comprenderlo, pero casi todo resulta tan familiar que parece que ya hemos estado allí. Los paisajes, el trazado de sus calles, sus casas encaladas, incluso algunos rostros son asombrosamente idénticos a los que podemos encontrar en Andalucía. Son nuestras montañas, nuestros ríos, patios, pozos, jardines… Parece que una parte de nosotros late al otro lado del Estrecho. Pervive en el norte de Marruecos. Es la mítica Chauen, la ciudad azul, fundada en el siglo XV por exiliados musulmanes y judíos de al-Ándalus que tuvieron que cerrar puertas en la Península para refugiarse en estas tierras y cuando perdieron toda esperanza de volver quisieron reconstruir el paraíso perdido, una copia de sus pueblos. Han sobrevivido a guerras, emigraciones y pobreza. Pero el pasado andalusí pervive en las calles y en el inconsciente colectivo de muchos de estos descendientes de moriscos que viven hoy en el norte de Marruecos. Durante siglos fue considerada ciudad santa, inaccesible para los extranjeros, protegida por murallas y rodeada por un áurea de misterio. Cuando las tropas españolas llegaron allí en 1920 se encontraron con que muchos de sus habitantes hablaban una lengua conocida y sería allí donde se arrió la última bandera hispana en 1956.
Hoy Chauen se han convertido en un potente centro turístico del norte de Marruecos que lucha a duras penas por combinar tradición y modernidad para no perder su identidad. El blanco de sus casas de antaño ha ido cediendo terreno ante el azul, convertido hoy en dominante. Pero hay que alojarse en algunos de los pequeños hoteles o pensiones de su medina porque recorrerla es todavía un regalo para los sentidos por la mezcla de olores y colores y para despertarnos con las oraciones que llegan de la mezquita de los andaluces. Y hay que salir con las primeras luces del día para conocer esta ciudad desnuda, desprovista de su habitual ajetreo, y perderse por el laberinto de calles. Tras llegar a lo más alto, donde están las murallas, ya no sabremos con seguridad en qué orilla estamos. Todo evoca a poblaciones como Vejer, Ubrique o Benaocaz. En la plaza de Uta al-Hammam la alcazaba parece una Alhambra en miniatura, los barrios tiene nombres andaluces y en el punto más elevado encontramos los manantiales de Ras al-Ma, la cabeza de la cascada, ahora con abundante agua, y un poco más abajo sus molinos y esa cultura del regadío que también importaron de Andalucía.
Una ciudad que es hoy uno de los mayores legados andaluces. Es Chauen. Nuestra Chauen. Tan cerca y tan lejos. Un viaje de la memoria. Un viaje de 500 años a escasos kilómetros de Algeciras. Siempre nos acompañará el aroma de su medina y de su té a la menta. Ahí van esas fotos de esta ciudad cada vez más azul captadas el pasado fin de semana dentro de un viaje que compartimos con una magnifica gente.
No existe una primera vez en Chauen. No acertamos a comprenderlo, pero casi todo resulta tan familiar que parece que ya hemos estado allí. Los paisajes, el trazado de sus calles, sus casas encaladas, incluso algunos rostros son asombrosamente idénticos a los que podemos encontrar en Andalucía. Son nuestras montañas, nuestros ríos, patios, pozos, jardines… Parece que una parte de nosotros late al otro lado del Estrecho. Pervive en el norte de Marruecos. Es la mítica Chauen, la ciudad azul, fundada en el siglo XV por exiliados musulmanes y judíos de al-Ándalus que tuvieron que cerrar puertas en la Península para refugiarse en estas tierras y cuando perdieron toda esperanza de volver quisieron reconstruir el paraíso perdido, una copia de sus pueblos. Han sobrevivido a guerras, emigraciones y pobreza. Pero el pasado andalusí pervive en las calles y en el inconsciente colectivo de muchos de estos descendientes de moriscos que viven hoy en el norte de Marruecos. Durante siglos fue considerada ciudad santa, inaccesible para los extranjeros, protegida por murallas y rodeada por un áurea de misterio. Cuando las tropas españolas llegaron allí en 1920 se encontraron con que muchos de sus habitantes hablaban una lengua conocida y sería allí donde se arrió la última bandera hispana en 1956.
Hoy Chauen se han convertido en un potente centro turístico del norte de Marruecos que lucha a duras penas por combinar tradición y modernidad para no perder su identidad. El blanco de sus casas de antaño ha ido cediendo terreno ante el azul, convertido hoy en dominante. Pero hay que alojarse en algunos de los pequeños hoteles o pensiones de su medina porque recorrerla es todavía un regalo para los sentidos por la mezcla de olores y colores y para despertarnos con las oraciones que llegan de la mezquita de los andaluces. Y hay que salir con las primeras luces del día para conocer esta ciudad desnuda, desprovista de su habitual ajetreo, y perderse por el laberinto de calles. Tras llegar a lo más alto, donde están las murallas, ya no sabremos con seguridad en qué orilla estamos. Todo evoca a poblaciones como Vejer, Ubrique o Benaocaz. En la plaza de Uta al-Hammam la alcazaba parece una Alhambra en miniatura, los barrios tiene nombres andaluces y en el punto más elevado encontramos los manantiales de Ras al-Ma, la cabeza de la cascada, ahora con abundante agua, y un poco más abajo sus molinos y esa cultura del regadío que también importaron de Andalucía.
Una ciudad que es hoy uno de los mayores legados andaluces. Es Chauen. Nuestra Chauen. Tan cerca y tan lejos. Un viaje de la memoria. Un viaje de 500 años a escasos kilómetros de Algeciras. Siempre nos acompañará el aroma de su medina y de su té a la menta. Ahí van esas fotos de esta ciudad cada vez más azul captadas el pasado fin de semana dentro de un viaje que compartimos con una magnifica gente.