OPINIÓN
Pedro Bohórquez Gutiérrez
La navidad y sus melodías me expulsaron ayer de mi vivienda, desde las cinco de la tarde hasta las dos de la madrugada. Los villancicos anglosajones y la zambomba castiza invadían hasta el último rincón del piso donde habito desde hace unos años entre otros cientos de resignados (supongo) vecinos de la avenida Fernando Quiñones y otras calles aledañas del parque Rafael Alberti, transformado en su plaza central (techo de una malhadada estación subterránea de autobuses) en una suerte de macro discoteca navideña al aire libre con su tonante y preceptivo regueton a toda pastllla -más ruido no se puede meter- entre actuación y actuación, para que el estruendo no decaiga y hagan cajas las empresas expendedoras de bebidas tan comprometidas con la cultura y movidas por esa fe difusa y desasosegante, sin objeto, que a todos, sin excepción, parece sobrevenirles por estas fechas próximas al solsticio de invierno. En el parque consagrado al insigne Rafael Alberti , en Ubrique, mientras los autobuses interurbanos penetran en sus en sus entrañas, de vuelta de las capital.
Si eres vecino y no tienes deseo de sumarte a una fiesta ajena, ni has sido educado en la tolerancia a cualquiera de las variadas formas cotidianas de tortura, te queda una opción: huir de tu casa. Pero ¿adónde con este frío y hasta tan alta hora?
Me doy por derrotado de antemano. No tengo doble cristal ni los tapones de algodón son suficientes. Por lo pronto, bien abrigado, me salgo a la calle a ver qué se me ocurre, después de mi semana laboral, como alternativa a mis planes de permanecer en casa, donde tengo suficiente distracción (algo de trabajo impostergable, incluido) y me suelo refugiar de la intemperie y del frío que anuncia el invierno. Seguro que, a pesar del frío serrano de este pueblo, los celebrantes festeros y los expendedores de bebida que patrocinan el acto no perdonarán un mínuto de menos de lo autorizado por un Ayuntamiento que no entiende del exceso de decibelios ni del derecho al descanso de un centenar de vecinos. En fin, una minoría -pensarán- que si se fastidian es porque no se suma al precepto de la fiesta por decreto, tan buena para la economía y la marcha del mundo. Siempre tiene que haber aguafiestas, pensará alguno, ¿no?.
Para hoy se anuncia más: otro programa de concierto donde se mezcla el rock, la zambomba navideña, los grandes éxitos (de Jesulín, entre otros), el imprescindible disc jockey de turno para que no decaiga y retumbe el estruendo…Pero eso será otra historia y para entonces ya se me habrá ocurrido una solución personal más drástica, con su tierra y distancia de por medio.
¡Felices fiestas! ¡Y sálvese quien pueda!