(A propósito de la tala de árboles en la ribera del río de Ubrique)
Texto: Pedro Bohórquez Gutièrrez
Desplegaban hacia lo alto su renovado ropaje de monedas de plata hasta la pasada primavera. Hasta que alguien sentenció a muerte casi treinta años -truncados de un tajo de motisierra- de lento ascenso, silencioso y elegante.
¿Qué maldita y oscura sinrazón dictó poner límite definitivo a sus vidas rumorosas y discretas? Acaso su sombra azul fuera una amenaza siniestra o, tal vez, su lenta y danzante lluvia de hojas doradas de todos los otoños, o su condición de cobijo de esas oscuras nubes puntillistas, nerviosas y cambiantes, con las que bandadas acrobáticas de estorninos trazan crípticos mensajes en las eternas tardes de junio.Uno se pregunta qué terribles e irracionales miedos (la súbita caída de una rama desgajada por el huracán sobre una crisma hueca o una inesperada tromba de excrementos de taimados gorriones sobre la testa de respetables ciudadanos) han podido inspirar la imposible coartada racional de la mente arboricida que, erigida en dueña arrogante de unas vidas que no le pertenecen, dictó despiadada sentencia sobre estos chopos, jóvenes e inocentes, que ya no podrán alegrar nuestros paseos.
Uno se pregunta quién pudo disparar -y por qué oscuros o ridículos motivos-, la orden que desató el rugido de las voraces motosierras que segaron la vida de estos jóvenes chopos. ¿Es compatible el noble y exquisito oficio de la jardinería con el uso indiscriminado de esa máquina infernal y ciega al servicio de la ignorancia y el odio al milagro de la naturaleza?
¿Para estas bárbaras labores destructivas, normalizadas en la cotidianeidad municipal, también elegimos a nuestros gobernantes? Me pregunto.
Texto: Pedro Bohórquez Gutièrrez
Desplegaban hacia lo alto su renovado ropaje de monedas de plata hasta la pasada primavera. Hasta que alguien sentenció a muerte casi treinta años -truncados de un tajo de motisierra- de lento ascenso, silencioso y elegante.
¿Qué maldita y oscura sinrazón dictó poner límite definitivo a sus vidas rumorosas y discretas? Acaso su sombra azul fuera una amenaza siniestra o, tal vez, su lenta y danzante lluvia de hojas doradas de todos los otoños, o su condición de cobijo de esas oscuras nubes puntillistas, nerviosas y cambiantes, con las que bandadas acrobáticas de estorninos trazan crípticos mensajes en las eternas tardes de junio.Uno se pregunta qué terribles e irracionales miedos (la súbita caída de una rama desgajada por el huracán sobre una crisma hueca o una inesperada tromba de excrementos de taimados gorriones sobre la testa de respetables ciudadanos) han podido inspirar la imposible coartada racional de la mente arboricida que, erigida en dueña arrogante de unas vidas que no le pertenecen, dictó despiadada sentencia sobre estos chopos, jóvenes e inocentes, que ya no podrán alegrar nuestros paseos.
Uno se pregunta quién pudo disparar -y por qué oscuros o ridículos motivos-, la orden que desató el rugido de las voraces motosierras que segaron la vida de estos jóvenes chopos. ¿Es compatible el noble y exquisito oficio de la jardinería con el uso indiscriminado de esa máquina infernal y ciega al servicio de la ignorancia y el odio al milagro de la naturaleza?
¿Para estas bárbaras labores destructivas, normalizadas en la cotidianeidad municipal, también elegimos a nuestros gobernantes? Me pregunto.