Carta a mi tío Paco

OPINIÓN
Ana Bohórquez

Podría decir que para mí has sido un padre, porque así lo siento y así lo he vivido, pero la palabra tío me parece más distintiva, fiel, bonita y real a nuestra relación.
De tu mano vi el mundo por primera vez, me enseñaste el amor por la naturaleza y por los animales, a reconocer los diferentes árboles y plantas y a entender el lenguaje de la música y sus emociones.
Amaba ver cómo tocabas tu guitarra con la perfección, el sentimiento y la sensibilidad de un ángel, en la casa, y también en la Peña flamenca, o cuando ensayábamos en el cuarto del trapecio las canciones que yo iba aprendiendo en el colegio, para después grabarlas en cintas de cassette, que conservabas en cajas como auténticos tesoros.
Contigo viajé por primera vez por el mundo, en tantas y tantas tardes sentadas en tu regazo, hojeando las enciclopedias de los continentes, repletas de paisajes y animales. Cuántos safaris y excursiones por África, Asia y Oceanía, mis favoritos.
Después, de mayor, os preguntabais cómo había podido salir tan aventurera.

Ana, con un chivito, y su tío Paco al fondo.
Ana, con un chivito, y su tío Paco al fondo.

E igual de ilusionantes y fantásticos eran nuestros paseos por mi Ubrique, recorriendo todas sus calles y rincones, nuestras visitas a la “piedra gorda”, dónde ahora está el Parque Rafael Alberti. Yo también puedo decir eso de “todo esto antes era campo”. Jugando a las cocinitas, con la hierba en El Rano, y en Ubrique el Alto, o a tirar hojas en el puente del “Enriaero” donde corríamos para verlas pasar de un lado a otro como si de una carrera de barcos se tratase.
Cuántos madrugones para irnos al Campo: han sido tantos los momentos de felicidad allí, que podría llenar miles y miles de páginas con los recuerdos compartidos que tengo atesorados en lo más profundo de mi ser.
Cómo he disfrutado en “la piedra barco”, donde tú eras el capitán y yo me sentaba en la piedra más alta cogiendo el timón o en la de la “rebalandeta”, o en la “piedra cama”. ¿Cómo puede ser una piedra tan cómoda?
Y en el corral, rodeada de chivitos, dándoles clases de geografía y enseñándoles a leer con la pared como pizarra, como si pudieran entenderme.
¿Qué quieres ser de mayor? Me preguntaban, y tan pequeñita una contestaba con seguridad que quería ser cabrera, porque yo quería ser Heidi y que tú fueras Pedro. Con los años comprendí que era un trabajo tan apasionante como sacrificado, pero nada importa cuando amas lo que haces, y tú todo lo hacías con el amor, la perfección y el buen gusto que te caracteriza. Yo disfrutaba, como una cabrerita más, ayudando en las labores del campo, arrimando a los chivitos a sus madres para mamar, ordeñando a las cuatro o cinco cabritas más dóciles y de ubres más blanditas o acompañándoos en verano a dar de beber a las vacas.
Por mi infancia sé que la felicidad plena sí existe, y esa dicha te la debo a ti y a nuestra familia. Me siento muy afortunada de teneros a todos. Solo por este viaje, la vida merece la pena.
Eres la encarnación de la bondad, la generosidad y el desprendimiento, y así lo has demostrado también como hijo y como hermano.
No tendré vidas para agradecerte y devolverte todo el amor que me has dado, como nos has cuidado a todos y en especial a mi madre.
Te han arrancado de nuestras entrañas demasiado pronto y de la forma más cruel y nos dejas un vacío que jamás podremos llenar, pero siento que más allá de esta rabia que me ahoga y de este dolor tan inmenso, nos volveremos a encontrar, estés donde estés, sé que te encontraré cuando llegue mi momento.
Como tú me dijiste sentado en aquella piedra, el premio, en mi corazón lo llevo guardado para siempre.
Te amo con toda mi alma.
Tu sobrina Ana.

 

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