PAPELES AL VIENTO
Casiano López Pacheco
Benedicto XVI, el Vicario de Dios en la tierra, el Papa de la Roma Eterna, tuvo una revelación repentina hace unos días, un arrebato de clarividencia y pudo al fin ver la LUZ que disipa las tinieblas que envuelven al mundo como un sudario, y en un ataque de valentía sin precedente en varios siglos, decidió dimitir de su cargo- su pesada cruz- para retirarse- por cuestión de edad, aunque el trasfondo debe ser otro más oscuro que nunca sabremos con exactitud- a un monasterio para orar lo que le quede de vida, dejando vacante la silla de San Pedro, por la que un restringido número de cardenales pugnará por medio de sibilinas conspiraciones tejiendo delicados equilibrios y pactos para hacerse con ella, hasta que una fumata blanca se eleve, primorosa por la chimenea del Vaticano, anunciando una nueva era en la Institución más antigua de la historia. Digno gesto de la cabeza visible de la Iglesia en tiempos donde la corrupción campa a sus anchas y donde muy pocos tienen la tentación de abandonar sus cargos y prebendas, por mucho que sea el estiércol que les embadurne.
A Oscar Pistorius, el campeón paralímpico sudafricano, la vida, sin embargo, le tenía preparada otra jugarreta. En una noche oscura y terrible- narra el protagonista- le asaltó un pánico indescriptible que le bloqueó los sentidos. Acojonado, el atleta de las grandes zancadas, aferró , temblándole el pulso, su pistola de 9 milímetros, que guardaba bajo su cama, y desprovisto de sus prótesis, lo cual lo hacía presa fácil para cualquier intruso, disparó impulsivamente contra la puerta del baño, acribillando a su bella amada Reeva Steenkamp, que pretendía darle una sorpresa en el Día de los Enamorados. Y menuda fue la sorpresa.
Tras los disparos, Oscar descubrió el cuerpo ensangrentado de la modelo y se vino abajo, tan enamorado como estaba de ella. Un hilillo de vida se escapaba por los labios, un día, ardorosos y húmedos de la chiquilla. Sudoroso y empapado- la peor carrera de su vida- intentó reanimarla haciéndole el boca a boca pero ya era tarde. Tarde para ella y tarde para él.
Como también lo fue para la joven María Isabel Sierra Cueva, la joven de 22 años, natural de Puebla del Río, que decidió quitarse la vida arrojándose a las turbias y revueltas aguas del río Guadalquivir, un jueves lluvioso y mortecino, después de que su novio rompiese la relación turbulenta que mantenían. No supo digerirlo y su caso engrosó la lista silenciada de los más de 3000 suicidios que cada año ocurren en España, una cifra espectacular que todos los medios ocultan.
A María Isabel se le rompió el corazón y lo anegó en el barro. No hubo crímen ni culpable y su cuerpo descansará en su pueblo, allá donde puedan llorarla sus deudos y familiares. La muerte se la llevó, la misma Parca que se ha cobrado el alma desbordante del caudillo Chaves y que como Franco, es muy posible que llevará muerto varios días hasta elegir el momento adecuado de hacer pública la noticia por razones de estado o sabe Dios. El incansable, carismático y charlatán Hugo no ha podido ganar la principal batallla- la de la vida- a un cáncer que sin escrúpulos se lleva por delante a todo aquel que se le cruce. Deja un país, Venezuela, huérfano y doliente, violento y con grandes bolsas de pobreza. A pesar de haber implorado al Altísimo más tiempo para acabar su tarea de titán, no ha podido ser- como le sucede diariamente a tantos- y cuando el último grano de arena ha caído al otro lado del reloj , su corazón, émulo de Bolívar, se le ha parado definitivamente.
Cuatro historias entre miles, cuatro vidas, cuatro hilos que el azar trunca como se nos puede torcer a nosotros cuando la Fortuna nos vuelva la espalda, de un segundo para otro, un día cualquiera en que el sol brille con intensidad en lo alto, o llueva a mares ininterrumpidamente como hoy que escribo estas líneas.