PAPELES AL VIENTO
Casiano López Pacheco
Encerrados entre los muros y retablos que el genial Miguel Ángel pintara en la Capilla Sixtina para el intratable Julio II, el Espíritu Santo que todo lo ilumina, ha descendido sobre las cabezas preclaras de los 115 cardenales reunidos bajo llave en tan solemnes estancias, para entre todos y contra todos, proceder a la elección del nuevo portador del anillo del Pescador, que deberá soportar a partir de ahora sobre sus hombros el peso inmenso de una cruz, del tamaño y la relevancia de la Iglesia. Y en una fecha tan especial como un 13 del 3 del 2013 , el argentino, de origen italiano, Jorge Mario Bergoglio, ha sido investido, a sus 76 años de edad como nuevo Obispo de Roma y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, convirtiéndose en el Papa 267 de la bimilenaria Institución, sucesor del dimitido Benedicto XVI con el que tendrá que convivir en su condición de Papa emérito. Accede a la silla de San Pedro con el nombre de Francisco este jesuita que ya en el 2005 estuvo a punto de noquear al intelectual Ratzinger pugnando ambos por el mismo puesto que acaba de aceptar hace unas horas.
Sin embargo, ahora sí ha llegado el momento de que un hispanoamericano ocupe la máxima prelatura obviando en esta especial ocasión el estricto voto que cumplen a rajatabla los miembros de la Compañía de Jesús, aparte del de la obediencia al Papa, que tantos sinsabores y persecuciones le han deparado, el no menos importante, de no aceptar cargos ni dignidades eclesiásticas, que ha tenido que saltarse para poder cubrir el vacío de la Silla vacante.
Comparado con su antecesor ( que medita entre los jardines de Castelgandolfo) esperando a la primavera romana, el flamante número uno de la Curia Vaticana, resulta en principio moderadamente progresista, aunque en su trayectoria anterior, en algunos temas candentes resulte bastante ortodoxo y poco flexible en sus planteamientos ante las demandas de los tortuosos tiempos en que vivimos.
Tiene ante sí, la necesidad imperiosa de reformar una Iglesia con demasiados puntos oscuros ( desde las finanzas hasta los escándalos sexuales que salpican sus filas) aparte de otras cosillas delicadas que requieren una urgente revisión. Si quiere dejar su impronta en el tiempo que Dios le confíe el cargo, si le da salud y fortaleza para ello, deberá parecerse más a Juan XXIII que a las posturas herméticas y cerradas de Juan Pablo II.
Deberá tirar más hacia los principios de la Teología de la Liberación tan perseguida que a los dogmas de Ratzinger. Deberá salir de la cripta hermética del Vaticano y abrirse al mundo en su vastedad para dar a conocer la buena nueva.
En conclusión, debe coger sus sandalias y seguir a Jesús. A Jesús, el verdadero, tan alejado de la riqueza, los ritos ancestrales y el boato de la Iglesia que preside. Deberá perderse entre los pobres, los perseguidos, los maltratados, las prostitutas y los menesterosos , para predicar el mensaje de Jesús, como lo hizo él mismo hace 2000 años.
Deberá expulsar a los mercaderes del templo, los mismos que tienen corrompido al mundo e iniciar una nueva era donde haya un lugar al sol para la esperanza, la fe y la ilusión. Si por un casual no lo hiciera así, por desbordarle lo ingente de la tarea y las fuerzas del lado oscuro que tratarán de impedírselo a toda costa, los rumores- falso o verdaderos- que pululan por ahí sobre su pasado confuso en su etapa del arzobispado argentino y sus relaciones con las dictaduras que asolaron su sufrido país, podrían proyectar sombras dudosas que en nada le beneficiarían , ni a él ni a la nave que pilota desde el día 13 del 3 del 2013.
Lo que haya de ser, pronto lo veremos, más allá de los baños de masas de los viajes que realice por el ancho mundo y las bendiciones del domingo. Es harto posible que en el Salón de las Lágrimas, una vez elegido y aceptado el cargo, se le haya escapado más de una, presintiendo la que se le viene encima.
Que el Espíritu santo guie sus pasos y yerre poco porque no es poca cosa la responsabilidad que acaba de asumir voluntariamente.
Amén.