OPINIÓN
Texto y fotografías: Pedro Bohórquez Gutiérrez
Atisbado desde lo alto, a contraluz, el río Ubrique vierte su corriente en el pantano de Los Hurones y se remansa en su lámina creciente de plata oscura. Su rumor se pierde y se confunde entre ruidos que llegan de la lejanía: balidos, cencerros y esquilas, rebuznos, ladridos, cantos de gallos, motores, chillerío y el trompeteo horrendo de moteros locales que exhiben ruidosamente su aburrimiento dominical por los carriles que surcan los campos.
A medida que asciendo el silencio comienza a palparse y los sonidos que lo pueblan brotan, claros y diferenciados, de su fondo de misterio: un rumor leve y fugaz por entre unas ramas; el trote que se aproxima de unos burrillos y de un caballo, de blanca apostura, que irrumpen y me sorprenden gratamente desde lo oculto y se acercan, primero observadores y luego amistosos, a la vereda; el revuelo de un pájaro; la brisa, casi inmóvil, se hacen más y más patentes. Y los contornos de las montañas a lo lejos parecen más nítidos. Y el pensamiento se serena.