OPINIÓN
Pedro Bohórquez Gutiérrez
Desde ayer, 6 de diciembre, puede leerse en la fachada de la Casa de la Cultura de Paradas (Sevilla) sede de la Biblioteca y Archivo municipales y antaño escuela por los cincuenta del siglo pasado, un fragmento del largo poema «El pueblo» publicado por el poeta Javier Salvago en su libro Ulises (La Cruz del Sur. Editorial Pre-textos) en 1996, aunque está fechado en mayo de 1991 y, en posteriores ediciones, va encabezado con una dedicatoria «A Federico Fellini en «Amarcord»».
El azulejo fue descubierto por el poeta, natural de Paradas, en un acto celebrado frente al vetusto y noble edificio, al que acudieron paisanos, amigos y amantes de sus versos, y en el que la formalidad propia de estos actos no pudo contener la emoción del momento.
Formaba parte el acto de un homenaje más extenso con motivo de la presentación del último libro de Salvago, de corte memorialístico y en que se espigan e hilvanas fragmentos en prosa y verso con referencias directas o indirectas a Paradas (su pueblo) esparcidos a lo largo de una amplia obra que abarca no solo la poesía (donde ya Salvago ocupa un lugar señero dentro de su generación y como maestro de las que le han sucedido) sino otros géneros por los que viene transitando con solvencia en los últimos tiempos (la novela, el cuento, el libro de memoria, el aforismo, que se suman al cultivo, habitual en otro tiempo, del artículo periodístico). El libro se ha titulado significativamente con el primer verso de el poema «El pueblo» y ha sido publicado por una editorial de nombre sugeridor, La Baja Andalucía, que recién acaba de estrenarse en estas lides. Juan Peña Jiménez, prologuista del nuevo título de Salvago, y Eduardo J. Pastor, epiloguista de la misma, los dos paradeños, poeta el primero, de sólida trayectoria, y escritor y editor de La Baja Andalucía, el segundo, arroparon con palabras justas y sabias al autor y resultaron el valor y la originalidad que aporta el nuevo título al conjunto de su producción. También el autor habló de su nuevo libro, y aunque considera un accidente haber nacido en cualquier lugar del universo (de lo que por tanto no hay que vanagloriarse) admitió cómo y de qué manera el haber venido al mundo en ese rincón llamado Paradas y en esos años concretos condicionó su existencia y conformó su experiencia y su ser en el periodo decisivo que abarca la infancia y la primera juventud.
El broche festivo lo puso un grupo de música de Paradas El soberao de Salvago que puso música a varios poemas del autor y hasta lo hizo cantar y corear sus propios versos junto al público.
Pongo aquí el fragmento de «El pueblo» con el que el azulejo descubierto ayer en la fachada de la Casa de la Cultura de Paradas quiere contribuir a perpetuar la memoria y la palabra de uno de sus paradeños universales.
Nuestra escuela/
es este caserón presuntuoso/
—escaleras de mármol, azulejos/
sevillanos, vidrieras…—. Yo la odio./
Acurrucado en mi pupitre, espero,/
antes de oír el fastidioso/
«Salvago, siga usted», que la campana/
suene y anuncie que ha acabado otro/
día de clase. Entonces, nos iremos/
a jugar a las eras o al arroyo,/
a guerrear con palos y con piedras/
contra los otros niños/
o a explorar prohibidos territorios.