Texto: Pedro Bohórquez Gutiérrez
Me ha pedido José Manuel que intervenga en la presentación del libro de su padre Prudencio Cabezas Calvo «Memoria inacabada». Me sugiere que hable de su génesis, de la relación de Prudencio con uno de sus amigos, mi padre, Miguel Bohórquez Carrasco, o bien de lo que yo quiera o crea conveniente.
Tras la lectura del prólogo de Juan Manuel González Cabezas, sobrino del autor, o del epílogo de Prudencio hijo, o de los escritos de sus hermanos María José o el propio José Manuel, inmediatamente después de aceptar espontáneamente la propuesta, sin mediar reflexión alguna, me dije que uno poco podría añadir, al menos con la misma precisión, conocimiento y sentido, a lo escrito por ellos sobre el autor del libro cuya presentación nos reúne aquí, en el salón de actos del instituto Nuestra Señora de Los Remedios.
¿Cómo se ha gestado este libro? No sé si el autor pensó alguna vez en escribir un libro, si se aproximaría a este o a cualquier otro que pudiera concebir. Leyendo «Memoria inacabada» da la impresión de que el libro respondiera, sin ser probablemente así, a un plan preconcebido. «Memoria inacabada» se fue forjando en el tiempo (es, de algún modo, palabra esencial en el tiempo, podríamos afirmar parafraseando la definición machadiana de poesía), a medida que sus textos en forma de artículos y ensayos breves fueron saliendo a la luz sin una periodicidad fija en la prensa local (Ubrique información, primero, a finales del siglo pasado y, con una notable intensificación en la frecuencia, posteriormente, en El Periódico de Ubrique, durante las dos primeras décadas de este siglo) o en distintos blogs de internet, cuando no quedaron en el caso de algunos inéditos a la espera de ocasión para ser dados a conocer, por deseo del autor, podemos suponer, o no.
Sin embargo, a pesar de la vinculación de los textos a una temporalidad amplia (casi treinta años) y al carácter independiente de las piezas que lo componen, el resultado es un todo orgánico y artículado de un modo natural. Tanto es así que al editor no le ha sido difícil agrupar los artículos que componen el libro en función de sus contenidos y de unos núcleos temáticos que, a modo de vasos comunicantes, crean vinculaciones entre textos distintos, escritos en distintos momentos y con distinta intención. Leído en conjunto parece como si el libro se hubiera ido formando a medida que sus fragmentos independientes (artículos y ensayos breves) fueron siendo escritos, encajando unos con otros como piezas de un puzzle, o como las partes de un cuadro que se va conformando hasta desembocar en un conjunto armonizado y único de línea y color.
El título del libro es expresión de esa unidad que recorre transversalmente sus páginas. He sido testigo de cómo surgió este en una reunión entre José Manuel Cabezas y el editor Fernando Sígler. A quienes estén familiarizado con el tono general de los artículos que el autor fue publicando en la prensa o con su conversación (leyendo los de carácter más narrativo he llegado a pensar que el relato oral era la forma previa de estos, su borrador, depurado en la escritura), no les extrañará el título de «Memoria inacabada», propuesto por el editor, matizando el inicial de «Memoria rota» que sugería José Manuel. En ambos casos, la memoria personal, el proceso de reconstrucción de un «tiempo que ni vuelve ni tropieza» es presentado como el motivo dominante y recurrente del libro en su conjunto, aunque no sea el único. Esta vocación memorialística que recorre la obra de Prudencio, más o menos explícitamente, es lo que ha permitido insertar, entre sus apéndices, las cartas, que desde Valparaíso, en Chile, su tío Rafael Cabezas Vegazo le dirigiera a finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta, escritas con solvencia literaria y sabrosa amenidad y de un valor incalculable para quienes deseen acercarse a la microhistoria de Ubrique y, de paso, por su valor paradigmático, de un pueblo andaluz a finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX.
«Memoria inacabada» como título hace referencia a ese proceso interminable y tan duradero como la propia existencia en que consiste la fijación (problemática por oscilante, frágil e imperfecta) del recuerdo, de las huellas de nuestro paso la tierra.
Un aspecto de la obra que desde un primer instante se impone a quien se adentré en sus páginas es la especial manera en que el autor se sitúa en el mundo. Cada uno de los artículos y pequeños ensayos que componen el libro, ya analice males que aquejan a la industria local, proponga soluciones para esta o evoque y testimonie la movilización de un grupo de padres en el Ubrique del desarrollismo para hacer posible en la localidad un instituto (este en el que ahora nos encontramos), dejan entrever una actitud vital determinada, actitud que se advierte también en los artículos más claramente memorialísticos. La evocación del pasado no se queda en la fijación de unos hechos -bien protagonizados o bien de los que fue testigo, más o menos directo-, sino que es siempre trascendida. Esta rememoración por obra de la mirada reflexiva que adopta el autor, es presentada como epítome o resumen de las ideas que sustenta sobre distintos aspectos de la realidad humana en su vastedad, ya sea colectiva o individual.
Llegamos así a otro de los rasgos que prestan unidad a la obra. La presencia de un pensamiento propio que va más allá de lo anecdótico o lo circunstancial, aunque en ello se apoye y de ello emane de forma natural. A eso me refería cuando más arriba hablaba de una especial manera de situarse en el mundo o a la actitud ante la existencia que dejan entrever los artículos y pequeños ensayos de Prudencio Cabezas Calvo. Esa actitud es algo, que, sutilmente y más allá de las apariencias, distingue a determinados seres. Esta cualidad podía saltar a la vista de quienes trataron en vida al autor algo más que superficialmente, más allá de su figura o perfil profesional o social, pues me estoy refiriendo a una condición constitutiva e íntima de una personalidad específica, a una manera de ser hombre, la del intelectual o, si se quiere, la de «ser pensante». Traigo aquí una cita de José Ortega y Gasset, que de seguro complacería al autor de «Memoria inacabada» y que define la condición de intelectual a la que quiero aludir: «El intelectual de que aquí se habla no es el «escritor» ni «el hombre de ciencia», ni «el profesor», ni «el filósofo». Son todos estos nombres de oficios o profesiones, es decir figuras sociales, perfiles públicos que el individuo adopta y que no garantizan lo más mínimo la autenticidad de una incoercible vocación en el hombre que los ejerce. (…) Ser intelectual no es cosa que tenga que ver con el ser social del hombre. No se es intelectual para los demás, con este o el otro propósito, a fin de ganar dinero, de lucir, de sostenerse en el piélago proceloso de la colectividad. Se es intelectual para sí mismo, a pesar de sí mismo, contra sí mismo, irremediablemente».
En este sentido, «Memoria inacabada» adquiere también unidad como obra de pensamiento e ideas originales. El autor, situado ya «en la última vuelta del camino», como su admirado Baroja tituló sus memorias, vuelca con preferencia su mirada sobre su experiencia personal y sobre su entorno inmediato, sobre el tiempo y el lugar donde le tocó insertar su proyecto vital, coincidente el primero, en el tramo crucial de infancia y juventud, con los años terribles y difíciles de la inmediata posguerra española. En ese sustrato de la experiencia, recreada y vivificada por la memoria, brotan y arraigan sólidamente muchas de las ideas que conforman el pensamiento del autor. Estas ideas coronan en unos casos la narración evocadora del pasado que constituyen la médula de muchos de los artículos, cuando no son las ideas defendidas, como ocurren en otros casos, los que dan pie al relato. Así, en unos casos, la experiencia encapsulada en el recuerdo alumbra la idea, mientras que en otros -en un proceso inverso- es esta, cuando predomina en el discurso textual, la que trae a colación la anécdota, y la experiencia que encierra, como corroboración e ilustración de la idea.
Su circunstancia personal está en la base de una escritura que es a la vez reflexión, como lo estuvo en la de su propia trayectoria entendida como esfuerzo por alcanzar la plenitud de su destino. En este sentido, Prudencio Cabezas, es fiel a su maestro Ortega y Gasset, y también lo es porque, desde muy temprana edad y al igual que muchos de sus mejores amigos de generación (en cierto modo, almas afines), no se conformó con la aceptación de dogmas acartonados, podridos e incluso perversos ni con ideas recibidas, en su deseo de aproximarse a la verdad y adaptar a ella su conducta, búsqueda que se percibe también en estos escritos en los que el autor hace recuento reflexivo de lo vivido y transforma en reflexión viva los recuerdos.
Por eso, esta recopilación de los artículos y pequeños ensayos dispersos de Prudencio Cabezas Calvo (en la que gustosamente he tenido el honor de participar) es el mejor homenaje que puede tributársele, porque es una manera de mantener, entre su numerosa familia y amigos, la presencia viva de sus recuerdos y de sus pensamientos, como tales frágiles y siempre necesitando recomenzar como toda rememoración y todo pensamiento que se precien, tan inacabados e insuficientes siempre, pero no menos necesarios.