La luna de julio

Texto y fotos: Pedro Bohórquez Gutiérrez

Dice mi amigo JP que este claror de luna creciente que me rodea ahora, en esta noche de julio, «parece luz nacarada de día». Se produce –me explica, aunque sin afirmarlo con mucha seguridad– cuando la Luna está más cerca de la Tierra. Le he enviado una fotografía y me pregunta dónde estoy, si en el Norte o en el Sur.
Le he aclarado que estoy en Sur, en el campo, ni demasiado cerca ni demasiado lejos de Ubique, a la distancia justa para que sus luces emerjan pálidas del decorado lejano de unos valles entre sierras y no produzcan contaminación lumínica. A unos siete kilómetros. Los suficientes para sentirse lejos. Me he venido aquí, a una antigua casa de campo sobre una colina, aislada, al borde de los bosques de alcornoques. Hay una diferencia de temperatura notable con respecto al pueblo. No se nota que esta sea la noche del día más caluroso del verano, como han estado pregonando machaconamente las televisiones, que también han quedado lejos. Aquí corre el aire y este no es caliente.

Estoy en el Sur, en el campo..., a la distancia justa para que sus luces emerjan pálidas.
Estoy en el Sur, en el campo…, a la distancia justa para que sus luces emerjan pálidas.

La claridad es de tal calidad que podría darme un paseo ahora. La noche tiene un poder hipnótico en estos momentos irresistible. La brisa es leve, imperceptible, es una caricia de frescor que recorre el cuerpo. Las copas de los árboles se mueven con una levedad callada. El silencio es absoluto. Hay que aguzar bien el oído para captar murmullos lejanos procedentes del monte, el bramido de un becerro perdido o de perros que están a kilómetros de distancia, en fincas lejanas. Los autillos cuyos cantos pautados y monótonos, aflautados, se dejaban oír cuando comenzaban a caer las sombras, han callado. Hay que permanecer quieto y alerta para percibir el leve fragor de una ráfaga de aire que mueve suave las copas de los árboles o de unas palmeras cercanas y trae consigo confusos murmullos que parecen venir de muy de lejos. Ahora se ha oído un disparo ahogado. Algún furtivo oculto en las sombras del monte.
Hacia el norte, las luces de Ubrique, diseminadas en una sucesión de valles entre montañas que parcialmente las ocultan, y, más arriba, en mitad de la Sierra, cuya silueta se confunde con el cielo, por la calima, las luces de Benaocaz, una raya inclinada hacia la izquierda, titilan en la distancia como si se reflejaran sobre la superficie de un lago.
Al sur, la Luna, reina en la noche de los campos y los bosques.

Las luces de Benaocaz, una raya inclinada hacia la izquierda, titilan en la distancia.
Las luces de Benaocaz, una raya inclinada hacia la izquierda, titilan en la distancia.
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