Texto: José Manuel Cabezas Cabello
¿Qué tienen en común el profeta Mahoma, el filósofo Hegel, el científico Mendel, el emperador Aureliano, el músico Prokofiev, el pintor Velázquez y los escritores Walter Scott, Samuel Taylor Coleridge, James Fenimore Cooper y Francisco Bohórquez Gutiérrez?
Todos ellos murieron a los 61 años.
Corría el verano del mítico año 1975 cuando íbamos despertando a la conciencia política y al descubrimiento de nuestra propia sexualidad. Sabía que mi madre había sido amiga íntima de Remedos Gutiérrez y mi padre amigo de juventud de Miguel Bohórquez. De niño habíamos coincidido varias veces en la casa de campo de los Bujeos. Era natural que nos hiciéramos amigos. No fue difícil romper la barrera de su timidez inicial. Podría parecer que solo se encontraba bien consigo mismo estando solo. Era solo aparente pues estaba perfectamente integrado en el grupo de los Chato´s Amarguillo Revolution, un grupo de adolescentes donde sobresalían Cándido Esteban Pan, José Maza Cantos, Gustavo Herrera, Ángel Domínguez (Q.E.P.D.), Manolo Ramos, Antonio Moreno Martín, Domingo y Diego Gómez Maza y José Corrales.
Francisco estaba tocado por el duende de la gracia artística y lo llamamos Paco de Remedios frente al ya célebre Paco de Lucía. Su peculiar sentido del humor de carcajada abierta y contenida hacía que cualquiera disfrutara con su compañía.
Pronto me prestó unos libros de escritores rusos que reflejaban las profundidades y contradicciones del alma humana. Recuerdo, sobre todo, Memorias del subsuelo, Crimen y Castigo y Noches Blancas de Dostoievski. Leyendo estos libros comprobaba la grandeza abismal del alma humana y sus características universales. Leía a Cavafis. “La delicia y el perfume de mi vida son aquellas pocas horas en que encontré y retuve el placer; para mí que odié los placeres rutinarios”.
En un momento determinado le pasé propaganda política antifranquista y subversiva. Me dijo en tono muy serio: “Ningún sistema político nos va a redimir de nuestra trágica condición humana, de nuestra perenne lucha entre realidades y deseos, entre miedos y esperanzas, de la angustia vital y el absurdo existencial humano”.
Me di perfectamente cuenta de la madurez de sus postulados y la profundidad de sus planteamientos. Llegó a decirme que el adjetivo más bonito de nuestra lengua era “triste”. Muchos días eran tristes, la condición humana era triste, todo era muy triste. Pero había belleza en la tristeza…
Tú entendías como nadie los ritmos de la naturaleza y tu aguda sensibilidad de bohemio te llevaba por caminos no convencionales. Tú ibas de tu corazón a tus asuntos sin importarte nada más. Nunca interferías ni criticabas la vida de los demás. Eras feliz celebrando tu independencia con un cigarrillo, una cerveza y tu guitarra.
Sé que fuiste un referente un modelo de integridad moral. Tu bondad, tu generosidad y tu ejemplaridad en todos los sentidos me acompañan siempre. Conservo el preciado tesoro de tus cartas.
Mis pensamientos están con tus hermanos, sobrinos, primos, tíos, tus primeros amores. Aquellas experiencias fantásticas que reflejó diciéndome: “Mejor morir en el apogeo de una pasión que dejarse consumir funestamente por la vida”.
Como escribieron los escritores románticos: «un poderoso flujo rebosante de poderosos sentimientos y emociones”. Esa fue tu vida, como el último mohicano de J. F. Cooper o como tú escribiste en tu última carta con motivo de la muerte de tu amada madre, enviada desde Calle Los Solanos nº 23:
«No sé cuántos de febrero de 2021…
…He de decirte que la muerte de mi madre no me ha generado especiales trastornos anímicos. Era ya muy mayor y entiendo que mis hermanos y yo debemos sentirnos muy afortunados porque nos haya durado tanto ( nada más y nada menos que 92 años).Murió además en su casa, sentada en una butaca, tras haber desayunado; y todo se consumó de una forma rápida, evitando así una cruel agonía en un hospital. Se ha liberado, al fin, de los múltiples y penosos dolores que conlleva la vejez, Esas consideraciones y otros apoyos como la relectura que este último verano hice del “De Rerum Natura” de Lucrecio- presagio de lo que iba a pasar- me han ayudado para afrontar con la calma suficiente este triste momento…
No, no me ha resultado difícil asimilarlo. Más difícil-o imposible- de superar son aquellas muertes como las de tu hijo, sobrevenidas en la flor de la edad, que te golpean cuando más desprevenido estás, despiadadamente, a traición, dejándote para siempre una herida abierta sin capacidad de cicatrizar…
Y, en ese mismo sentido, la muerte que me atormenta ahora y me tiene totalmente destrozado es la que ronda acechante sobre mi hermana Ana, debido a la fatal progresión que ha experimentado este último año el cáncer contra el que lucha desde el 2011. Acaba de ser operada y , aunque ello abre alguna luz a la esperanza, no puedo evitar estar sufriendo por anticipado lo que desgraciadamente puede pasar.
Y ante esa muerte, que no es ni muerte siquiera, porque aún no ha ocurrido, no me sirve ni el paso de las estaciones ni las demás otras cosas con arreglo a las cuales he podido ir conformando con sucesivas mentiras las verdades de mi vida. Ese mecanismo que me ha permitido tantas veces sostenerme en airosos equilibrios sobre el vacío ahora veo que no me sirve, no me funciona ya. Y me siento desarmado, des-almado, perdido como nunca, definitivamente sin REMEDIOS a mi alcance…».