LOS PARAÍSOS PERDIDOS
Casiano López Pacheco
Vivimos en un período histórico tan apasionante como las intrincadas tramas paralelas de la subyugante serie Juego de Tronos. Con la abdicación por sorpresa (aunque ya estaba urdida desde enero) del rey Juan Carlos I, la efervescencia política ha alcanzado un clímax similar a los espasmos incontrolables que adelantan un explosivo orgasmo. Su borbónica Majestad considera cerrado su ciclo y cede los trastos a su dilecto y amado primogénito y heredero al trono, que reinará con el nombre de Felipe VI, al que los españoles consideran sumamente preparado para asumir el reto que cae sobre sus espaldas.
Un reto y un compromiso de proporciones gigantescas, que ha vuelto a provocar y reabrir la eterna dualidad hispánica; el sempiterno debate entre República y Monarquía. Vuelven en primavera a ondear en las capitales españolas las banderas tricolores, igual que en 1931, y a inundar los cánticos libertarios las calles y avenidas.
Las izquierdas ( IU y la novísima PODEMOS ) , con su fulgurante puesta en escena, junto a otras minorías, han pegado el sorpazzo a los grandes partidos. Aprovechando sus minutos de gloria, reclaman un referéndum para que la ciudadanía se pronuncie sobre la oportunidad de cambiar de caballo en mitad de carrera.
Todo muy legítimo y coherente con sus principios, aunque lo primero y recomendable sería reformar la Constitución con el consenso de la mayoría. Pero aún no ha llegado ese momento que se intuye cercano. Eso no impedirá al nuevo rey, acompañado de la reina, intentar probar una II Transición, de especial relevancia histórica, que nos afectará a los ciudadanos de un país tan plural y diverso como el nuestro, donde conviven tantas regiones y antiguos reinos.
Comunidades que rebosan Historia por el más minúsculo de los poros y donde nadie tiene más derechos que nadie. Regiones , como la catalana, que aspiran a la independencia, en un pulso sin salida, liderado por A. Mas, que no dará un paso hacia atrás bajo ningún concepto.
Un proceso independentista que traerá cola y quebraderos de cabeza y que unido a la crisis económica y al paro, más el deterioro que afecta a las instituciones y a la casta política, salpicada de corrupción a un nivel nunca visto hasta hoy en día, añade un punto de inquietud al período que va a comenzar inminentemente.
Es una oportunidad única para regenerar el tejido muerto con que el sistema se ha ido necrosando con el paso del tiempo. Un nuevo rey ocupará el trono en breve. Su efigie refulgirá en los nuevos euros con que nos saquean los políticos de derecha a izquierda. Un trono de hierro donde a veces costará trabajo sentarse.
Construido con retales de historia y desafíos emergentes e irresueltos jirones del pasado. Con espadas punzantes que cortarán el aliento alguna que otra vez. España es algo más que 7 reinos en liza. Es una disputa, una dualidad, una controversia eternizada y enquistada en los siglos.
Ojalá Felipe VI instaure una época transparente, rigurosa, austera, sosegada, que reparta la riqueza de abajo a arriba, en un reino donde la cultura y la educación sean revalorizadas. Sentado en el trono, a partir del próximo 19 de junio de 2014, sin misa ni invitados extranjeros ni banquetes, comienza un capítulo esperanzador de la historia común.
Casi al mismo tiempo que al otro lado del charco, que tan bien conoce, la pelota- el opio del pueblo- espera la primera patada de los gladiadores del siglo XXI, para que se dé el pistoletazo de salida al circo de la distracción mundial. Si España gana, será la selección que cobre más ( 720.000 euros por jugador).
Un detalle que pone los pelos de punta si nos apercibimos de las duquelitas que sufren los españolitos-as corrientes. Otras estrellas en alza, como Susana Díaz, princesa del feudo andaluz se prepara para el asalto a Madrid para salvar a un PSOE desorientado, que prueba diferentes purgantes para purificarse.
Rubalcaba se va despojando lentamente de su armadura con gesto de cansancio, reprimiendo a los barones díscolos que se le sublevan por sus taifas. El nuevo rey espera nervioso la ceremonia sin boato de su coronación. Su corona- símbolo de lo nuevo o del continuismo- ya lanza destellos de esperanza y brillos inusitados para unos tiempos tan grises como estos.
El rey no ha muerto, Viva el rey!
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Continuará.