Manuel J. Castro Rodríguez
Arquitecto Técnico y Antropólogo
(Asociación Papeles de Historia)
Trazar la historia de la Arquitectura Neoclásico nos remite a apellidos de sobra conocidos como Ventura Rodríguez, Olaguibel, Hann en el ámbito peninsular o Cayón o Benjumeda a nivel provincial, teniendo que detenernos hoy, en el 200 aniversario de su muerte, en uno de sus autores más desconocidos en nuestro contexto geográfico. Nos referimos a Miguel Diego Narciso Olivares, más conocido como Miguel Olivares Guerrero, ubriqueño nacido en septiembre 1748, que se tituló como arquitecto en la Real Academia de San Fernando de Madrid en 1787 y que fue el tercer español en recibir los méritos de su profesión por la Academia de San Luca de Roma en 1792, no sin antes haber pasado por todos los niveles que su profesión requería como delineante, aparejador o maestro de obras.
Meritoriamente en unos casos, polemizado y censurado en otros, fue continuador o responsable en general de las obras de otros, comenzó como “delineador” de Cayón en Cádiz con 18 años tras realizar sus estudios básicos en la Real Academia de San Fernando, en paralelo a Benjumeda, su más directa competencia con el tiempo.
Gracias a trabajar con Cayón, participó en obras de interés, de tal forma que fue el proyectista de la cúpula de la Iglesia Colegial de Jerez, por lo que en base a esta experiencia es nombrado Aparejador de esta obras en 1772, ascendiendo gracias a los méritos contraidos en la ejecución de estas obras a Maestro Mayor a la muerte de Juan de Pina en 1778, aunque posteriormente obligado a renunciar a este cargo “mirando a su honor” por cuestiones de economía en la obra en 1783.
Este suceso no hace que Cayón pierda la confianza en él y consiguiendo que sea Maestro Mayor de la Catedral de Cádiz ese mismo año, trabajando con constancia en las obras, proyectando distintos elementos ornamentales. Inmerso en ellas el Cabildo le obliga a obtener el grado académico profesional de Arquitecto por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para continuar en ella. Así que se ve obligado a marchar para cumplir con la normativa dictada.
El nombramiento de Académico de Mérito en febrero de 1787 avala su capacidad, con un proyecto inspirando en el Panteón de Agripa de Roma titulado “Panteón para un señor grande y su familia”, pero a pesar del título conseguido en 1790 por disputas con otros arquitectos de la obra de la Catedral es relegado por orden del benefactor catedralicio Carlos V a arquitecto constructor, ejecutando en ella frontispicios, testeros de la fachada, las bóvedas y las torres sin completarlas.
En su madurez decide hacer a su costa, su “grand tour” con el objetivo de conseguir el nombramiento de la Academia de San Luca de Roma y gracias a la bella factura de su “Proyecto para un mausoleo” en septiembre de 1792. Este nuevo título no implicó que fuera requerido mayormente en proyectos privados; de hecho son escasos sus trabajos para particulares como la casa de los Pazos de Miranda en Cádiz proyectada en 1795, la ermita de San Pedro de 1801 o la Iglesia del San Juan de Letrán, en Ubrique, pudiéndose observar un estricto cumplimiento de las normas y los cánones de su época.
Sensible con la Historia, en un momento en el que Vegazo estaba realizando su particular labor arqueológica de la ciudad ibero romana de Ocuri, realiza un interesante estudio en planta y alzado del mausoleo, que hizo en marzo de 1801. Igual que este y dispersos en los Archivos aparece de vez en cuando documentación de interés que proporciona datos valiosos en la vida de este arquitecto, como testamentos, informes en juicios entre particulares o dictámenes asociados a propiedades de la Iglesia.
Aprovechamos esta efemérides para recordar a este artista injustamente olvidado.