De árboles y de podas

Texto y fotografías: Pedro Bohórquez Gutiérez

Puede que el tema de este artículo a muchos les resulte aburrido. Si al título le añado «en Ubrique» adivinarán lo que viene a continuación. Si así lo creen, pueden abstenerse de seguir leyendo. Sin embargo, y a pesar de no ser la primera vez que escribo sobre este asunto y de que el título es probablemente un autoplagio, aún no sé muy bien por dónde voy a salir, sin tener que repartirme, ni en qué jardín me voy a meter.
Después de lo que vimos la pasada Semana Santa, en que fueron «rebanadas» por su mitad, centímetro más o menos, las copas de los cientos de naranjos -no los he contado, pero ahí siguen por si alguien con más paciencia desea hacerlo-, en sentido vertical, para que pasara una procesión a mayor gloria y notoriedad de un caballero de fortuna, su promotor, uno creía que nuestra sorpresa ante hasta donde podía llegar la acción descerebrada de los servicios de jardinería de Ubrique y sus dotes para el estropicio había alcanzado su límite.
Uno pensaba que el seccionamiento por su mitad en sentido vertical de varios centenares de naranjos en la Avenida de España, con el ároma del azahar todavía en el aire, era una «línea roja» que el servicio de jardinería nunca más se atrevería a traspasar porque creí, ingenuamente, que no quedaría sin consecuencias.
Pensaba que sería un antes y un después en la serie de desmanes a los que, desde hace más de diez años, nos tiene habituados a muchos, aunque sin lograr embotarnos la sensibilidad del todo, el servicio de jardinería del Ayuntamiento de mi pueblo, Ubrique, con independencia de su color político. En este caso la tropelía parece extraída de la novela del dictador de una república bananera, que tan preclaros frutos, desde Valle-Inclán para acá, ha dado en la literatura de habla hispánica.
Pensaba que seccionar las copas de unos naranjos en sentido vertical, abrirlos en canal como quien dice, y todo para satisfacer la egolatría de un señor que de ser cierta las palabras de Jesucristo tendría más difícil entrar en el reino de los cielos que un camello por el ojo de una aguja, como mínimo –al menos en una sociedad sana– tendría que suponer la interrupción de la carrera política del concejal del ramo.
Creencias religiosas aparte, no se puede poner un servicio público (quiere decir, sufragado con los impuestos de todos, católicos o no, que a la hora de pagarlos quedan, al menos, en teoría, igualados como ante la muerte: una obviedad), no se puede poner un servicio público al servicio, valga la redundancia, de ya sea un representante de un cuestionable «poder espiritual» o un adorador del becerro de oro, por muy émulo que este sea del político romano Cayo Mecenas. Y mucho menos cuando esa «dejación», o como quiera que se llame, es para perpetrar un desafuero que nunca compensará el paso de oca de la legión al ritmo de tambores y cornetas que acompaña la efigie de Jesucristo (que no de este, por muy realista que sea su icono) en su entrada triunfal en Jerusalén a lomos de una burra o un burro, cuestión que está por dilucidar.
Digresiones aparte, pensaba, no sé, que la mala gestión del servicio de jardinería del Ayuntamiento había tocado fondo y que dejaría de sorprendernos con nuevos desmanes y tropelías. Se rumoreó en el pueblo que el Ayuntamiento había rescindido el contrato con la empresa concesionaria de la gestión de los espacios verdes. Que iban a aprobar un reglamento que regulará la conservación y las podas del patrimonio arbóreo. Hasta hubo el pasado 7 de junio una concentración en la avenida de España para reivindicar un «cambio en el modelo de gestión en el cuidado del arbolado urbano y en el cese de las podas indiscriminadas». El acto lo organizó el colectivo «Alas violetas», que lleva años haciendo esta reivindicación periódica y sistemáticamente desoída, y se acompañó de una recogida de firmas, que, por lo que se ve y es fácil deducir, ha pasado a engrosar la papelera de las reivindicaciones ciudadanas molestas del Ayuntamiento. Todo, concentración y recogidas de firmas, se hizo en el mismo escenario del último estropicio, bajo los naranjos con las copas mutiladas y sus medias sombras, como una prueba irrefutable y palpable de que la reivindicación no era gratuita y, además, era justa.
Cuál no sería mi sorpresa, cuando, durante un paseo, aprovechando el tímido respiro que la primera y prematura ola de calor de este verano nos ha dado, descubrí el pasado jueves el desmoche brutal de una hilera de árboles –álamos, fresnos, algarrobos– en el tramo del paseo arbolado del camino del pantano de Los Hurones, en concreto, el que va la piscina municipal al antiguo Matadero. Poco antes de llegar a este se hacía notoria la interrupción en la continuidad de la sombra. El día no era tan caluroso como los precedentes y una leve brisa suavizaba la temperatura del momento previo al mediodía. Sin embargo, la ausencia de sombra en este tramo patentizaba –por contraste– la necesidad de esta y del crecimiento de los árboles en todo su esplendor. Sobraba el razonamiento y cualquier argumentación dialéctica para demostrar el beneficio de los árboles, pero de eso nuestros políticos locales –comenzando por el concejal encargado de los jardines y el medio ambiente, si es que lo hay– no se han enterado, o no quieren, porque es más cómodo.
Para evitar esta tala hubiera bastado con obligar a la empresa de electricidad a mover unos metros el tendido de los cables. De esta manera sensata se podría haber evitado esta tala brutal y a destiempo que todos los años se produce y que ya ha matado varios árboles. Y por cierto ¿los fresnos que están dentro del recinto del Matadero a qué o a quién estorban para que se hayan desmochado por sus copas sin más, dejándoles sus ramas bajas laterales?
En fin, ¿para qué seguir?

Desmoche brutal de una hilera de árboles.
Desmoche brutal de una hilera de árboles.

 

Se hacía notoria la interrupción en la continuidad de la sombra.
Se hacía notoria la interrupción en la continuidad de la sombra.
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