OPINIÓN
Teodoro Leo Menor
Tras la muerte de Osama bin Laden, el 2 de mayo de 2011, abatido por fuerzas especiales de los EEUU, el médico egipcio Ayman al Zawahiri (hasta ese momento número 2) se convirtió en el nuevo emir, el nuevo líder de Al Qaeda. Ayman al Zawahiri había sido siempre el ideólogo de Al Qaeda y permanecía en un segundo plano.
Durante estos años de fuerte presencia norteamericana y aliados en Afganistán, Al Qaeda ha estado hibernando, esperando su momento. No ha sido así en el caso de otros grupos terroristas islámicos que abrazaron la «Yihad global», como Boko Haram, el Estado Islámico, los Talibán y los muy peligrosos «lobos solitarios».
Ayman al Zawahiri, no obstante, se postuló en su día como promotor de la «Yihad global». Ha estado en silencio durante 10 años, pero una vez producida la vergonzosa y apresurada retirada de los EEUU, con los Talibán en el poder y el regreso a la Edad Media, con la mitad de la población afgana —mujeres y niñas— marginadas del nuevo pacto social, es muy probable que Al Qaeda, con un territorio ahora tan propicio como Afganistán, salga abruptamente de su hibernación y exija el liderazgo de la «guerra Santa». Y la «guerra Santa» tiene un enemigo secular: Occidente, con EEUU a la cabeza y Europa Occidental detrás. No en vano, Nueva York, Washington, Madrid, Londres, París, Niza, Berlín, Barcelona… han sido sus escenarios preferidos.
Si tenemos en cuenta que el Magreb y la amplia franja del Sahel son territorios estratégicos en las prioridades del terrorismo yihadista, Europa meridional tiene motivos más que suficientes para estar muy, pero que muy preocupada.
España es el punto más meridional de Europa, cuyas fronteras exteriores se encuentran en Ceuta y Melilla, a escasos metros del aluvión de inmigrantes subsaharianos (del Sahel) que esperan cruzar la frontera.
El Estrecho de Gibraltar por su parte (que separa a España de África 14 km), ha sido y es el punto sensible más estratégico del planeta. Terrorismo, inmigración y los corredores de la droga a través de Marruecos (el hachís marroquí y la cocaína de los países andinos e incluso la heroina mexicana que viajan al segundo consumidor mundial, la UE a través de España, un país ya TCP, o sea, país de Tránsito de la droga, país gran Consumidor y país Productor ahora masivamente de marihuana), debería ser la prioridad absoluta del Gobierno en su política de prevención de la criminalidad y, sobre todo, de sus agencias de Información.
Si, como todo parece indicar, Al Qaeda sale de su hibernación y decide desestabilizar el ya desestabilizado Magreb (desaparecida la excepción marroquí tras los atentados de Casablanca), España tiene un verdadero problema.
De la anticipación de nuestros Servicios de Inteligencia, de una adecuada política diplomática con Marruecos (alejada de maximalismos que no conducen a nada) y de certeros análisis del nuevo escenario mundial dependerá nuestro futuro a corto plazo. De nuestro Gobierno depende, pues tenemos la mejor materia prima: los mejores Servicios de Inteligencia del mundo.