CONFERENCIA
Teodoro Leo Menor
Antes de nada, quiero agradecer a nuestra alcaldesa y a nuestro concejal de Cultura su firme compromiso con la cultura en general y con el flamenco en particular. Muchas gracias por vuestro apoyo incondicional al flamenco. Vivimos tiempos de zozobra, de incertidumbre, de frustraciones personales y desilusiones colectivas, pero, como ha ocurrido a lo largo de la historia, en el horizonte se avista la llegada ya de un tiempo nuevo lleno de ilusiones y de nuevos proyectos individuales y colectivos. A la crisis económica de 2008, que había entrado en vías de solución en la última década, no sin grandes sacrificios para las clases humildes y clases medias, se ha unido la tremenda crisis económica asociada a la pandemia que hemos padecido y que aún se encuentra entre nosotros.
Son muchos los artistas flamencos, humildes artistas la mayoría de ellos, que han padecido con toda la fuerza las consecuencias de estas dos poderosas crisis económicas. A todos esos bailaores/as, cantaores/as, guitarristas y demás colaboradores del mundo profesional flamenco, nuestra solidaridad y profundo cariño porque realmente lo están pasando muy mal.
Autoridades locales, representante del Instituto Andaluz del Flamenco y representantes de la Asociación de Peñas Flamencas: las Peñas Flamencas constituyen hoy la última fortaleza, la última trinchera donde abnegados y altruistas aficionados al flamenco libran una decisiva batalla para la conservación y fomento de un arte que es ya Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad.
Desgraciadamente, debido a la falta de recursos propios y a la imposibilidad de obtenerlos, las peñas, en general, están en franco declive, sobreviviendo, muchas de ellas, y entre ellas la nuestra, gracias al apoyo institucional de los Ayuntamientos y otros organismos públicos. Y si a ese problema estructural le añadimos la falta de un cuerpo social acorde con las necesidades vitales de toda organización, las expectativas de futuro no son ciertamente halagüeñas.
Por eso, desde este nuevo local que hoy inaugura nuestra alcaldesa y que tan amablemente el Ayuntamiento nos ha cedido, los miembros de esta Junta Directiva y todos los socios nos comprometemos, desde una posición desinteresada y altruista, a seguir velando por las esencias del flamenco, tutelando su supervivencia y fomentando su difusión, especialmente entre los más jóvenes, para que nuevas y auténticas hornadas de aficionados y futuros artistas se vayan incorporando a nuestro proyecto, al proyecto del flamenco.
UNA BREVE PINCELADA SOBRE EL FLAMENCO
Creo que, en la inauguración del local de una Peña Flamenca es obligación hablar, aunque sea brevemente por la situación sanitaria en la que nos encontramos, de flamenco, porque las Peñas Flamencas deben ser también un lugar donde poder debatir, charlar, opinar sobre este maravilloso arte. Un lugar donde exponer, en la medida de nuestras posibilidades, esfuerzos investigadores sobre la génesis y desarrollo del flamenco, intentando aportar nuevas ideas, conceptos, definiciones, pero también un lugar de autocrítica y de crítica sobre las mitologías del flamenco y los dogmas de fe instaurados desde las élites académicas y no académicas que acaparan, desde la antropología, la musicología, la flamencología y la literatura las verdades reveladas sobre esta música, sobre este arte.
Decía el gran estudioso e investigador del flamenco, el insigne escritor y poeta José Manuel Caballero Bonald, recientemente fallecido, que en el estudio y explicación del flamenco existe mucha literatura, pero poca profundidad. Y, ciertamente, a pesar de carecer de fuentes escritas, fiado todo al albur de la tradición oral, la historiografía flamenca se ha manifestado muchas veces con ligereza, confundiendo intuiciones y prejuicios personales con la verdad científicamente demostrada.
El flamenco, como le ha ocurrido a otras músicas en otros escenarios geográficos, nació en el bajo pueblo, en las clases más humildes de la sociedad, y sus autores, los que escribieron la historia del flamenco a través de las letras de sus canciones, en las más adversas condiciones de supervivencia, lo hicieron bien desde la voz natural y afillada de los gitanos, bien desde la voz redonda y laina de los payos. Y fueron ellos, por un lado, andaluces de la Baja Andalucía, jornaleros del latifundio sometidos a las más duras e injustas condiciones laborales en jornadas de sol a sol, derramando sus penas, su dolor y su impotencia a través de unos cantes de sentimiento y resignación, pero también de rabia, en las inmundas alcobas de las gañanías al caer la tarde, tragedias humanas que con tanto rigor y dramatismo describieron Blas Infante y Blasco Ibáñez; y, por otro, los gitanos recién concedidos, por primera vez en su historia, los derechos civiles recogidos en las Pragmáticas de Carlos III en 1783 que les permitían la libertad de movimiento, trabajar en los mismos trabajos que los payos, acceder a los censos municipales, entre otros, unos derechos civiles que, por cierto, se adelantan en el tiempo a la conquista de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos en la Revolución francesa de 1789. Unos gitanos que, ya sedentarizados y urbanos, vivían recluidos en sus casas de vecinos de los barrios San Miguel y Santiago en Jerez, Santamaría en Cádiz, en los Puertos, en Triana, en Alcalá, Utrera, Lebrija y Arcos de la Frontera, donde guardaban las esencias de este arte flamenco. Estaban recientes todavía los trágicos sucesos de la Gran Redada o Prisión General de Gitanos de julio de 1749, el primer genocidio programado de la historia cuyos autores intelectuales fueron la jerarquía de la Iglesia Católica y el valido marqués de la Ensenada, siendo a la sazón rey de la Españas, que autorizó dicho exterminio, Fernando VI. Recientes todavía los ecos de los grilletes cuando, perseguidos por las justicias de los pueblos, los gitanos eran enviados a galeras, conducidos como galeotes con inusitada crueldad a la Armada de Galeras Reales en tiempos de Felipe II, barcos que, por cierto, tenían su base de operaciones e invernada en los muelles de El Puerto de Santa María, en un escenario, el Golfo de Cádiz y el Estrecho de Gibraltar, donde ingleses, turcos, berberiscos y franceses, y también piratas por ellos financiados, libraban una dura batalla contra nuestros barcos cargados con las riquezas del Imperio Español procedente de las Indias. Y cuando «recobran» la libertad –es un decir–, todo el dolor, toda la pena incubada en sus maltrechos corazones –la «protesta» contra el régimen que los había perseguido y maltratado durante más de tres siglos–, sale de sus gargantas a través del cante, donde manifiestan el dolor y el sufrimiento de la cárcel, la falta de libertad y el robo de su dignidad, el desamor, la muerte, el desgarro de tanto sufrimiento acumulado.
Y ese dolor y ese sufrimiento de jornaleros por un lado y de gitanos por otro, dará lugar a un sincretismo, a una mezcla de sensibilidades con aportaciones por igual: los gitanos desde la familia, la herencia, las sagas cantaoras y la jerarquía familiar, con Tío Luis de la Juliana; el Cautivo; El Planeta; El Fillo padre y su sobrino El Nitri; la saga de los Ortega nacida tras el matrimonio de Enrique Ortega Díaz El Gordo, del barrio de Santamaría, con Carlota Feria, de Villamartín, cuya descendencia entronca con Manolo Caracol y con los matadores de toros conocidos como los Gallo, Rafael, José y Fernando; Enrique El Mellizo; Manuel Torre; Pastora Pavón; Manolo Caracol; Antonio Mairena y otros; y los payos desde las individualidades urbanas que en Tobalo de Ronda, Silverio Franconetti, Don Antonio Chacón, Manuel Vallejo, Pepe Marchena, José Meneses, Enrique Morente y otros tienen sus principales referentes.Pero desde el campo de la poesía y la literatura las referencias al cante flamenco fueron muy escasas, e incluso los historiadores sintieron poco interés por este arte. Tanto es así que, cuando a finales del siglo XIX, el Imperio español se desmorona definitivamente por la pérdida de nuestras últimas colonias, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, los intelectuales llamados de la «Generación del 98», con algunas excepciones, culparán al flamenco, al mundo de los toros y a otras manifestaciones populares del secular atraso español. Así, con la excepción de Cadalso, Estébanez Calderón «El Solitario», Fernán Caballero, Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado Álvarez «Demófilo» (padre de los hermanos Machado) y algunos más, la intelectualidad española no supo estar a la altura de las circunstancias en cuanto al reconocimiento, tratamiento y estudio científico del arte flamenco.
El cante flamenco, un mundo musical relativamente joven, pues se desarrolla a partir del primer tercio del siglo XIX, es, sin embargo, en cuanto a su génesis, un auténtico misterio. Precisamente por esa falta de fuentes documentales escritas y porque el flamenco lo escribieron los flamencos sin ayuda de nadie, todavía, a estas alturas, ni siquiera se sabe el origen de la palabra «flamenco», si bien cada «experto» da su particular versión, desde el campesino errante de Blas Infante, el soldado de Flandes, el ave zancuda o la navaja a la que llamaban «flamenco» y que María la Andonda, mujer de armas tomar, amante del Fillo hijo, natural de Ronda y afincada en Triana, podría llevar sujeta en la liga, aficionada como era a las más abruptas pendencias.
Y toda esa nebulosa de cantaores, también de bailaores, hace que nazca una música maravillosa, trágica, dolorosa, llena de rabia por las penalidades pasadas durante tantos siglos, pero resignada al cabo, presa de los cambios sociales tan tremendos que se producen en España a lo largo del siglo XIX cuando los liberales, empeñados en traer la libertad y el progreso a este país, se enfrentan al absolutismo de la Monarquía Hispánica, la Iglesia, la nobleza y la alta burguesía agraria, para romper de una vez por todas con el Antiguo Régimen.
Hay mucho por tanto que indagar, que investigar para encontrar respuestas que, sobre todo en cuanto a la génesis del cante flamenco, del cante jondo, todavía no nos han sido dadas por los expertos, por los flamencólogos, aunque desde mi humilde punto de vista la esencias del cante flamenco tienen su génesis en los sedimentos culturales de la Bética, un espacio geográfico concreto y definido, por supuesto alejado de triángulos superpuestos con extraños vértices por aquí y por allá: un segmento, una línea imaginaria que une Triana en Sevilla con el Barrio de Santamaría en Cádiz, y junto a Cádiz, Los Puertos, y en el centro, poderoso, Jerez de la Frontera con San Miguel y Santiago, y unos apéndices que, partiendo de ese río misterioso del flamenco, que corre paralelo al río Betis en su suave descenso desde Sevilla a Sanlúcar, une el caudal del cante jondo con Mairena del Alcor, Alcalá de Guadaira, Utrera, Lebrija y Arcos de la Frontera, espacio geográfico donde, partiendo del Romance, las viejas Tonás, y de las viejas Tonás la Carcelera, la Debla y los Martinetes, y después la Siguiriya y, por fin, el cante por Soleá, nacerá el corpus básico del flamenco, el frontispicio del edificio del cante jondo.
Muchas gracias.
Ubrique, 1 de julio de 2021.