OPINIÓN
Texto: Prudencio Cabezas Calvo
Asistimos a un nuevo renacimiento del fanatismo, la incomprensión y la intolerancia; ello es debido en parte, tal vez principal, a la inhibición de los llamados a atajarlos con su decisión y su ejemplaridad; como consecuencia, vuelven a brotar odios y ansias de venganza. Digo en parte porque como en todo lo humano, en el reverso de la indecisión de unos está la osadía y la arrogancia de los demagogos. Es cosa bien sabida que la gobernación no puede realizarse más que con la colaboración de la opinión pública y cuando una sociedad carece de ella por deserción de las minorías incapaces de estructurarla, su lugar es ocupado por los empresarios de la invertebración y caos de las naciones.
La comprensión del prójimo requiere más esfuerzo y constancia que la simpleza nihilista que niega cuanto difiere de sus utopías, resentimientos o frivolidades. O acaso odie más el resentido el entusiasmo que siente el hombre normal por la vida, con sus tristezas y alegrías y el esfuerzo que requiere de superación permanente.
Cuanto precede me impulsa a repetir el suceso que allá en los primeros meses de 1945 fue parte activa uno de nuestros antepasados. Ya habían sido derrotados los dos principales aliados de Alemania en su empeño bélico de destruir todo vestigio de la cultura y civilización Occidentales. Como consecuencia, aquellas personas cuyas actuaciones, en el fratricidio español, habían carecido de limpieza, sintieron o fueron víctimas de una hiperestesia de temor de venganza de los vencidos. Provocada por su angustia propalaban calumnias comprometedoras injuriosas sobre personas que habían permanecido imparciales en la contienda; la más frecuente si disponía de una situación económica de cierta estabilidad era atribuírsela a organizaciones subversivas.
Provocados por estos sentimientos, imprecaron a nuestro antecesor, que vivía de su trabajo: ¿de qué vivía?. Exasperado respondió: “En la Guerras Civiles hay en ambos bandos voluntarios y reclutados por los que mandan. Todo combatiente puede matar pero su terrible acción queda atenuada o pierde toda su gravedad por el hecho que corre el riesgo de ser muerto ; pero quien mata en la retaguardia cualquiera que sea su color es un asesino”.
Nosotros completamos el juicio de nuestro predecesor: quien en la paz propaga el odio, tiene la misma calificación de los que privan de la vida a sus semejantes.
El odio es como un árbol podrido pero eterno que pretende contagiar y matar a los demás árboles.