Sobre las tablas, un planteamiento coral de un cuarteto de personajes que exhiben su condición de prototipos femeninos: la intelectual pagada de sí, la entregada a la frivolidad como mecanismo defensivo, la modesta servicial, la autoproclamada carismática. En torno a una decisión de esta última, que anuncia una ruptura del plano artificial en el que se han establecido unas relaciones personales reconocidamente convencionales, arranca una trama trazada con eficacia. El viaje que se propone emprender invita al espectador a cuestionarse si se trata de una huida hacia adeltante para salvar los aspectos insatisfactorios de su existencia o de una necesidad de regeneración vital con el desprendimiento de los asideros habituales que otorgan las seguridades que, en el fondo, impiden la explosión de todas las posibilidades de desarrollo personal. Incluso permite advertir un guiño al contexto político derivado de la crisis actual, dado el destino geográfico elegido por el personaje, la tierra de los teutones, alrededor de la cual gira el baile de marionetas de los gobiernos subordinados. La preparación de este viaje introduce los elementos conformadores del nudo. Cada una de las mujeres descubre su verdadero yo, sus intenciones no explícitas en público, sus temores. Son los «hechos insospechados, reacciones esperpénticas y decisiones inauditas» que se anuncian en la promoción de la obra.
Algunos logros técnicos caben destacar en este punto. La secuencia de monólogos confirma una convincente interpretación, en la que el registro dramático se adereza con el irónico -que gana la complicidad del auditorio- y en la que los pensamientos íntimos se ilustran con escenas al trasluz. El drama está atravesado por muestras de humor que evitan la solemnidad de la puesta en escena y la hacen creíble. La conciencia de dicción andaluza que ejerce de consejera de una de las chicas es la plasmación de esta intención iconoclasta, en el sentido de puesta en solfa de los modelos. Estas confesiones individuales y su concepción teatral fueron del gusto del espectador, a tenor de los aplausos con que concluía cada aparición aislada. El desenlace, con la conversión de cada personaje en trasuntos de valores sociales dignos de encomio, la autoestima, la humildad, la constancia y la prudencia, es el corolario del sentido global, de interés para el auditorio de hoy, de la interpretación de las cinco protagonistas -entre ellas, Carmen Román Janeiro, cuya actuación, creíble, no defraudó las expectativas de los paisanos que se sentaron en las butacas del instituto Maestro Francisco Fatou el 25 de mayo de 2013-, de la dramaturgia, original y eficazmente trazada, de María Núñez y Cristina Calle y la conducción de Manuel de la Flor. Fue un disfrute haber conocido a estas «Malas Conocidas».
Algunos logros técnicos caben destacar en este punto. La secuencia de monólogos confirma una convincente interpretación, en la que el registro dramático se adereza con el irónico -que gana la complicidad del auditorio- y en la que los pensamientos íntimos se ilustran con escenas al trasluz. El drama está atravesado por muestras de humor que evitan la solemnidad de la puesta en escena y la hacen creíble. La conciencia de dicción andaluza que ejerce de consejera de una de las chicas es la plasmación de esta intención iconoclasta, en el sentido de puesta en solfa de los modelos. Estas confesiones individuales y su concepción teatral fueron del gusto del espectador, a tenor de los aplausos con que concluía cada aparición aislada. El desenlace, con la conversión de cada personaje en trasuntos de valores sociales dignos de encomio, la autoestima, la humildad, la constancia y la prudencia, es el corolario del sentido global, de interés para el auditorio de hoy, de la interpretación de las cinco protagonistas -entre ellas, Carmen Román Janeiro, cuya actuación, creíble, no defraudó las expectativas de los paisanos que se sentaron en las butacas del instituto Maestro Francisco Fatou el 25 de mayo de 2013-, de la dramaturgia, original y eficazmente trazada, de María Núñez y Cristina Calle y la conducción de Manuel de la Flor. Fue un disfrute haber conocido a estas «Malas Conocidas».
[Texto: Fernando Sígler. Fotos: Merci]