© Por Fernando Sígler
La feria de ganados y velada de la época conocida como la Restauración adquirió en Ubrique un notable auge, a tenor de las «grandes concurrencias» de las que hablaban las crónicas de aquel tiempo. En aquel último cuarto del siglo XIX los ubriqueños disfrutaron con espectáculos de fuegos artificiales, conciertos de la banda municipal de música y bailes. El real de la Feria solía extenderse por la calle del Agua y se alargaba por ambos extremos de esta vía hacia la plaza de la Constitución y plaza de Zamora y calle San Sebastián, mientras que la feria de ganados se establecía en el Algarrobal. Las fechas de la celebración eran del 14 al 16 de septiembre. Consta que en la feria de 1881, el programa de actividades organizado por el Ayuntamiento incluyó la quema de «fuegos artificiales». La corporación, que entonces presidía Gaspar Cabezas Ríos, dedicó cien pesetas a este espectáculo. Además, este programa tuvo como gran aliciente conciertos de la banda de música durante las tres noches de feria y la siguiente en la plaza de la Constitución, y la misma fue remunerada con 130 pesetas. Para velar por el orden en el mercado durante estos días, el alcalde contrató a seis personas como vigilantes, a quienes se abonó 2,50 pesetas diarias. Aquella corporación la componían además los tenientes Pedro Sánchez Vegazo, Manuel Corrales González y Miguel Reguera Vegazo, el regidor síndico Antonio Carrasco Carrasco, con Buenaventura Marin Reina como suplente, el interventor Ricardo Vecina Rodríguez y los regidores Rafael García Bermúdez, Vicente Corrales González, Francisco Naves Morales, Andrés Coveñas Rodriguez, José Benítez Cobos, Cristóbal Nieto Román y Miguel Bohórquez Piñero, con José Antonio Beranguer Castro como secretario. Todos los gastos de la feria de aquel año de fuegos artificiales fueron cargados al capítulo de «imprevistos».
Algunas ediciones fueron más modestas, como, por ejemplo, la de 1883, en la que los puestos y barracas se situaron en la calle Alcantarilla, y la de 1884, en la que éstos se ubicaron de nuevo en las calles Agua y San Sebastián pero con el cuidado de «no entorpecer la vía pública».
La feria de 1885, suspendida
El año 1885 se grabó en la memoria de los ubriqueños porque no se celebró la feria. Se daba la circunstancia de que en muchas zonas de la región se había declarado una epidemia de cólera, y ello motivó una orden gubernativa de carácter preventivo que obligó a la suspensión de los festejos. La corporación municipal, que ese año presidía Basilio Aragón Gómez, se lamentó de que la feria de ganados, que se venía celebrando en esta población durante los días 14 al 16 de septiembre desde hacía «ya bastante tiempo», hubiese sido suspendida, como otras muchas de otros pueblos, por una circular del gobernador civil de la provincia «hasta nueva orden», y a la altura del 5 de septiembre aún no había recibido la esperada orden que revocara dicha prohibición. Por ese motivo, el Ayuntamiento acordó ese día, «en vista de las circunstancias por que atravesamos, rodeados casi por completo de la epidemia colérica reinante», impedir la celebración de la feria. No obstante los munícipes se quejaban de que el brote epidémido se había detectado «en pueblos y ciudades que en nada tomarán parte en dichos festejos», pese a lo cual se vieron obligados a comunicar a los ubriqueños y a los pueblos circunvecinos la suspensión de la feria de ganados y velada. La corporación que, a su pesar, tomó la decisión de suspender la edición de aquel año la componían además los tenientes Manuel Carrasco Lozano, Demetrio Sánchez de Medina y José Mª Herreros y Herreros y los regidores Rafael Gómez Marín, Juan Carrasco Viruez, Diego Viruez Reina, José Gómez Ortega, Miguel Morales Carrasco, Pedro Vinagre Rubiales, José Felix Aragón García y Luis Romero Morales, con el secretario, Diego Rodríguez González.
Banda de música de Manuel Janeiro
Para el año siguiente, 1886, se levantó la suspensión, y los ubriqueños pudieron volver a disfrutar de sus fiestas de septiembre. La misma corporación que el año anterior se vio obligada a prohibirla, organizó una velada con alicientes. Así, contrató a «la banda de música de la villa», que dirigía Manuel Janeiro Córdoba, la cual actuó el día de la patrona, el 8 de septiembre, el domingo día 12 y los tres días de feria. En esas jornadas tocó en la plaza pública piezas de su repertorio desde las ocho de la tarde hasta las 12 de la noche. La banda tocaba en un tablado colocado en el centro de la plaza de la Constitución. El objetivo de estos conciertos era contribuir a «amenizar la estancia en la localidad de los forasteros que asistan a la indicada feria». Manuel Janeiro Córdoba llegará a ser miembro de la logia masónica «América» y secretario del Círculo Instructivo «Luz de la Sierra», creado por ese taller en 1888.
Precisamente, la nutrida concurrencia esperada llevó a la corporación de Basilio Aragón a aumentar el dispositivo de seguridad. Los munícipes decían en su reunión del 4 de septiembre de 1886: «Teniendo en consideración el Ayuntamiento que en los próximos días de feria se necesita ejercer una especial vigilancia tanto en el mercado y casco de la población cuanto en los caminos que conducen a la misma para evitar los innumerables incidentes a que siempre dan origen las grandes concurrencias, y aun cuando la guardia civil de este puesto ha de prestar tales servicios, sin embargo, el corto número de individuos asignados al mismo, no ha de poder prestar su concurso en todos los casos, acordó por unanimidad autorizar al presidente para que nombre a once individuos de la localidad al consignado objeto ocupándolos durante los días 12 al 17 ambos inclusives, señalándoles el haber de 2,50 pesetas diarias». La vigilancia se ejercía, pues, desde dos días antes del comienzo de la feria y terminaba un día después de finalizada.
De igual modo, en esta edición se instaló «en las avenidas y Real de la Feria el alumbrado de petróleo», «para procurar a los concurrentes la posible comodidad en el tránsito a aquellos lugares y prevenir con ello cualquier incidente desagradable». En esta ocasión, los gastos ya se abonaban con cargo al capítulo correspondiente a festejos del presupuesto ordinario.
En la feria de 1887, el tablado donde dio sus conciertos la «banda municipal» de música se colocó en la fachada de la casa consistorial y no en el centro de la plaza. Así lo decidió la corporación presidida ese año por Manuel Carrasco Lozano, con objeto de «dejar más expedita al público la plaza de la Constitución en cuyo centro acostumbraba instalarse aquélla».
Previamente a la celebración de aquel año, el 3 de septiembre, «hallándose próxima la celebración de la feria de ganados de esta villa y estando en pésimas condiciones para el tránsito público los caminos que conducen al Real de la Feria, a fin de procurar a los concurrentes a ella las posibles comodidades, acordó el Ayuntamiento que sin demora se procediera a la composición de desperfectos hasta conseguir la facilidad en el tránsito; como asimismo que se reparase uno de los cortados del puente llamado del Nacimiento cuyo estado no era tampoco el más lisongero», según decía el secretario de la corporación.
Baile en la casa capitular
La adquisición de farolillos de colores para el adorno y de bujías para el alumbrado de la plaza pública durante los días de feria fue otra de las actuaciones frecuentes del municipio de cara a las fiestas en este período de la Restauración. Precisamente, en esta época, que el tratadista Joaquín Costa calificará a escala nacional como de «oligarquía y caciquismo», se introdujo también la actividad del baile como uno de los atractivos de la fiesta. En la edición de 1889, el municipio, que entonces presidía Cristóbal Nieto Román, acordó que «en uno de los días de feria y como aliciente para la concurrencia» se diese «en estas casas capitulares un baile al que serán invitados todas las familias distinguidas del pueblo y a las que con la misma cualidad vengan de fuera a las fiestas».
El gobierno municipal que adoptó esta medida lo integraban también los tenientes José Benítez Cobos y Francisco Naves Morales y los regidores Francisco Toro López, Pedro Pozo, Sebastián Blanco Narciso, Rafael Gómez Marín y Justo Zamora Gil, con el secretario Ramón Pérez Benítez.
Más fuegos artificiales
Consta que en la feria de 1891, durante las noches de feria se quemaron «vistosos fuegos artificiales», y hubo también bailes en los salones de la casa capitular. El programa de las fiestas de aquel año incluyó el recorrido de una banda de música por las calles de la población durante estos días festivos «tocando diana», y después dando conciertos en la plaza de la Constitución, con «piezas escogidas de su repertorio». La plaza de la Constitución se adornó con exornos «de follaje, gasas, guirnaldas e iluminación a la veneciana». El Ayuntamiento, entonces presidido por Juan Chacón Tocón, mandó hacer una tirada de cien ejemplares de anuncios del programa de festejos, «para remitirlos a los pueblos limítrofes y colocarlos en los parajes públicos de esta villa». Componían aquella corporación además los tenientes Buenaventura Gil Rodríguez y Gaspar Cabezas Ríos y los regidores José María Herreros Herreros, José Rubiales Zarco, Juan Reguera Carrasco, José Reguera Romero, Manuel Arenas Pozo, Francisco Angulo Pardeza, Pedro Vinagre Rubiales, Faustino Paradas del Castillo y José Piñero Yuste, con el secretario Enrique Gómez Solano.
Era frecuente que con motivo de las fiestas el Ayuntamiento decidiera el arreglo de la vía pública. Así, por ejemplo, en la edición de 1893 acordó reparar «el arrecife que partiendo de la calle San Sebastián llega hasta el Algarrobal empalmando con el muro construido en la avenida de Cortes, a fin de que esté transitable en la próxima feria». Esta obra se encargó al maestro práctico Melchor Ruiz Medinilla. En aquella edición, en la que hubo «iluminación a la veneciana» en la plaza de la Constitución y calles Perdón y San Sebastián, como el día 17 cayó en domingo, el municipio decidió ampliar la velada ese día «para mayor solaz de vecindario y visitantes». Componían la corporación que acordó prolongar una jornada la feria el nuevo alcalde, Miguel García Bohórquez, y los concejales Miguel Bohórquez Piñero, José Carrasco Medinilla, Antonio Borrego Pérez y Antonio Carrasco Carrasco.
Los festejos de 1894 hubieron de celebrarese con unos propuestos ajustados, «dentro de la mayor economía», «atendiendo a la situación financiera del municipio», aunque no por ello sin «la mayor brillantez posible».
La feria del crítico año de 1898 se desarrolló también con la quema de «fuegos artificiales» y el exorno de farolillos y bujías para el alumbrado extraordinario. Además, se hicieron las reparaciones necesarias «en las calles, paseos, real de la velada y mercado», para que esta fiesta resultase «con el esplendor debido». Era entonces alcalde Pedro González Fernández, y entre los concejales figuraba el propio director de la banda de música, Manuel Janeiro Córdoba, además de Blas Vallejo Vega, Pedro Medinilla, Mateo Bohórquez, José Benítez Cobos y Juan Mª Roldán.
La centuria se cerró en 1900 con otra feria en la que hubo fuegos artificiales.
Más adelante, esta última actividad se sustituyó por proyecciones cinematográficas. El incipiente séptimo arte hizo furor en los ubriqueños. En la segunda década del siglo XX, los fuegos artificiales se retomaron en 1918, cuando el Ayuntamiento decidió organizar este espectáculo en vez de las proyecciones de cine que venían haciéndose en ediciones precedentes.
Fuegos artificiales en 1918
La Feria de Ubrique de 1918 introdujo una novedad en el programa de actividades festivas programadas por el Ayuntamiento. En los años anteriores el municipio destinaba fondos de su caudal para sufragar los gastos correspondientes a las principales partidas dedicadas a este evento de los días 14, 15 y 16 de septiembre: exorno de la vía pública mediante un alumbrado extraordinario y proyecciones cinematográficas. En el año 1917, las sesiones de cine, alquiladas al empresario José Gil Sánchez por un importe de 386,74 pesetas, se habían desarrollado en la plaza de Alfonso XIII (hoy La Plaza). Para las fiestas de 1918 también se había previsto, en un principio, que continuasen las mismas celebraciones y así, en la sesión del 19 de agosto, el alcalde, Francisco García Parra, decidió explorar el ánimo de los concejales respecto a los festejos anunciados para el mes siguiente, y la corporación acordó que se siguieran desarrollando los de costumbre, en especial el establecimiento de un cine público durante unos días. Pero en la víspera de la feria de aquel último año de la Primera Guerra Mundial, no hubo acuerdo con la casa arcense de Horacio Casero y Ruiz-Matas con la que en esta ocasión se estaba negociando la contratación de ese aún novedosos servicio, que permitía a los ubriqueños visionar las obras mudas del incipiente séptimo arte. A los munícipes les pareció elevado el precio solicitado en aquella fecha por el empresario, y decidieron prescindir del cine en esa edición. En la sesión del 26 de agosto de 1918, la corporación autorizó al alcalde para «variar el programa de festejos por si no le fuese posible contratar cinematógrafo» y acordó que hubiese en su lugar «fuegos artificiales», preferiblemente a «cualquier otro festejo análogo, quedando a la iniciativa de la presidencia el designarlo para el mes de septiembre próximo».
Horacio Casero escribió al alcalde el 4 de septiembre para ofrecerle el aparato y el lienzo de proyección, cuatro programas de películas de 1.500 a 2.000 metros por noche y operador a cambio del pago de 400 pesetas. Según esta propuesta, el municipio debía hacerse cargo de los gastos del fluido eléctrico, el porte del material y el alojamiento del operador.
Casero decía que la selección que había hecho entre las casas que le surtían de películas garantizaba un «material de indudable atracción y novedad».
No obstante, el primer edil rechazó la propuesta y el Ayuntamiento acordó celebrar en su lugar el espectáculo de fuegos artificiales.
La corporación que adoptó aquella medida, que estaba integrada, además de por Francisco García Parra, por los concejales José Vallejo Padilla, Francisco García Pino, Manuel Peña Blanco, Eugenio Arenas Bohórquez, Diego Reguera León y José Rodríguez Arenas, con Miguel Reguera Bohórquez como secretario, se puso inmediatamente en contacto con la firma jerezana de Joaquín Gassin y Marín, del «gran laboratorio de fuegos artificiales» Santa Rosa –casa fundada en Sevilla en 1910 y cuyo responsable era pirotécnico titular de la capital hispalense con título «obtenido por méritos en concurso»–, y le propuso contratarlo para que hiciera la exhibición en Ubrique.
Pese a la premura, Gassin, que ya había ofrecido sin éxito en 1913 sus servicios al Ayuntamiento, puso un telegrama al alcalde el 10 de septiembre de 1918 en el que aceptaba el encargo, y al día siguiente, a las ocho de la mañana, confirmó su predisposición mediante una carta. En ella decía que «los fuegos así como los armamentos equipados», estaban listos desde hacía tres días en sus talleres, ubicados en el barrio de la Plata de Jerez.
El empresario contactó con el cosario Bartolomé Rosa para que cargara el material y lo llevara a Ubrique. Sin embargo, se produjo un equívoco, pues aunque esperaba su llegada dos días antes, no lo hizo hasta el mismo día 11, por lo que Gassin temió que no llegasen «los efectos oportunamente».
Sin embargo, los fuegos llegaron a tiempo y el pueblo de Ubrique pudo disfrutar de un espectáculo pirotécnico en los tres días de feria, 14, 15 y 16 de septiembre.
En la sesión del mismo 16 de septiembre de 1918 la corporación aprobó la cuenta de gastos presentada por Joaquín Gassin, cuyo importe era de 615,50 pesetas (de unos gastos municipales totales presupuestados para el año de algo menos de 70.000 pesetas).
En el membrete de la carta que Joaquín Gassin envió al alcalde aparece la relación de espectáculos que ofrecía: fábrica de farolillos, instalaciones de alumbrado «a la veneciana», globos y fantoches, bujías esteáricas y la «grandiosa novedad» en «fuegos japoneses».