Por el amor a las tradiciones ubriqueñas

Texto: Julián Macías Yuste

Y para concluir la difícil tarea que nos hemos encomendado de divulgar una de las más inverosímiles tradiciones de Ubrique, que invertían el orden lógico de celebración del Día de Todos los Santos por el Día de los Fieles Difuntos, se hacen necesarias una serie de reflexiones que aclaren, a los más jóvenes, sobre todo, como eran estos días que yo llegué a conocer.
Que las tradiciones, incluso las más acendradas, son susceptibles de cambios tan sustanciales que llegan, incluso, a que por una extraña metamorfosis, en convertirse en otras que las harían irreconocibles, o, por desgracia, en hacerlas desaparecer totalmente, cierto es. ¿Es necesario recordar el famoso “Discurso a los cabreros” del Ingenioso Hidalgo Alonso Quijano para cimentar y asegurar la tesis? Pues, sin caer en la tentación de afirmar que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, si convendríamos en que las tradiciones de nuestros antepasados si merecen un cariñoso y respetuoso recuerdo como algo consustancial con nuestro propio sentir, de tal manera, que la grandeza actual de los pueblos tienen como cimientos inamovibles las creencias, costumbres y vivencias de los que nos precedieron.
Y para intentar dar algo de luz a tan inextricable y profundo sentimiento que genera la muerte de un familiar o de allegados amigos, nada más útil, en ese complicado y difícil empeño, que apoyarnos en otra tradición, muy extendida por estos lagos, como la edificación y veneración de la ermita del Calvario.

Calvario.
Calvario.

En Ubrique, como en otros pueblos aledaños, a partir de la Reconquista, con la expulsión o allanamiento de los pueblos que no profesaran el cristianismo, se extiende la costumbre, aprovechando la favorable orografía, de magnificar uno de los misterios más importantes de la Pasión de Cristo, como es el de su Crucifixión en el montículo llamado Gólgota.
El lugar elegido para su ubicación era perfecto. A poco trayecto del pueblo, dominando desde su altura todas las edificaciones que conformaban su apretado y abigarrado casco edificado, era visible desde cualquier punto de la Villa.
Es más, en las noches más oscuras, una lucecita proveniente de alguna vela ofrecida por cualquier devoto nos daba la impresión de estar suspendida del cielo, porque dada la penuria luminosa que Ubrique sufría, era lo único que resaltaba sobre la negrura de la oscuridad más absoluta.
Pero, ¿qué significado tiene para el cristiano esa ermita para que los primitivos ubriqueños optaran por edificarla y conservarla a través de los tiempos?
Y llegados a este punto nos enfrentamos de lleno al meollo de la cuestión, puesto que en el Calvario no solo vemos la muerte como tal, sino que alumbramos el convencimiento de que era necesaria para que, a partir de ella, la parte espiritual, o sea, el alma, quede liberada y comience una nueva existencia, esta vez inmortal.
Si repasamos un poco nuestros principios filosóficos, podríamos convenir que toda la potencia puede convertirse en acto. Pero, ¿qué ocurriría si, en el tiempo, la potencia desarrolla un acto en el que no sea posible ya su dependencia de cualquier otra? Pues que ese Acto ya no necesitaría del Tiempo, por lo que, al ser innecesario, quedaría eliminado o, lo que es lo mismo, el Acto perduraría inamovible y, por ende, eterno.
Pero fuera de los conceptos filosóficos, ¿qué es el tiempo para los deudos que han perdido a sus seres queridos?
Es innegable que la muerte genera inmediatamente un profundo dolor en los sentimientos más profundos de quienes son sus parientes y allegados, pero que ese dolor que no admite consuelo, puede ir mutando, poco a poco, hasta convertirse en otra manifestación espiritual a la que llamaremos pena. Y ésta si es susceptible de aminorar sus efectos puesto que si admite el consuelo. Todo sería cuestión de tiempo, por lo que demostraríamos que el tiempo vivido junto al ser querido siempre nos parecerá escaso, y el tiempo necesario para mitigar la pena de su muerte nos parecerá excesivo.
Y ¿cuál sería el mecanismo necesario para ahogar esa pena, fruto del dolor que produce la muerte? Pues inmediatamente recurriremos al Consuelo de saber que, a partir de la del Calvario, ha llegado a una existencia en un solo Acto, en la que la felicidad sería tan completa y maravillosa, que pensar en otro estado sería simplemente absurdo, puesto que todo Gozo deseado ya se ha conseguido. Y fruto de todo el razonamiento anterior, estaría más que justificado el celebrar con un “día de campo” la ultima etapa del alma humana, a la que todos, sin excepción, hemos de llegar, a la que, con todo cariño, dedico estos versos:

Amigos del camino recorrido,
alumbrados del sol en lontananza,
juventud que nos muestra la bonanza,
de los años que juntos se han vivido.

Tesoro en el pecho escondido
de amistades que nos dieron confianza,
el amor que ofrece la enseñanza,
al que tiene su camino decidido.

Recuerdas el amor y aquel vestido
buscando lo que tenga semejanza,
y sueñas en volver, medio dormido.
Prestos a luchar contra el olvido
solo nos queda la añoranza
de los que ya al Cielo han subido.

Esta ermita, a la que de niño visitaba con bastante frecuencia, cuando en los días que no había escuela, cancheábamos por los peñascos de nuestra incomparable y bellísima sierra, y que también era visitada por los mayores en las soleadas tardes primaverales mientras se disfrutaba del maravilloso fluir del agua por entre las rendijas de las piedras en los días en los que “reventaba el Ubriquealto”, o de las inolvidables mañanas domingueras, cuando la suave y templada brisa invitaba, de manera incontestable, a henchir cuerpo y espíritu de ese “no sé qué” del contacto con la naturaleza, que en aquel escenario, colmaba con creces lo más apetecible que pudiésemos desear para sentirnos plenamente felices.
Y esas creencias y tradiciones eran muy queridas y respetadas, pues, no nos basta con “honrar a padres y madres” sino lo hacemos extensivo a todo lo anterior. Lo contrario seria subestimar, sin alguna razón, los primores de sus existencias, arrojándonos una superioridad que, desde luego, no podríamos sustentar con razones de peso.
Y así como en el Románico, en los capiteles y arquivoltas de sus primitivos, pero bellísimos templos, cincelaban en la piedra los pasajes que necesitaban recordar y conocer, sobre todo a los menos versados en la escritura, así esta ermita encierra todo el sabor y el enigma del amor a nuestros antepasados, a los que, con toda admiración, dedico estos versos:

¡Que pronto, en su corta trayectoria,
la vida con los seres mas queridos,
de felices momentos compartidos,
en escaso tiempo son ya historia!

Queremos mantener en la memoria
los hechos que conforman los destinos,
esperando borrar los desatinos
y decir que es nuestra la victoria.

Buscando la verdad, tan embebidos,
en trazar esa raya divisoria
que separe: lo malo en los olvidos
y que solo los buenos son vividos
pensamos que el Calvario es la Gloria,
donde esos deseos son cumplidos.

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