OPINIÓN
Teodoro Leo Menor
Hace un siglo, entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921, nuestro ejército sufrió la derrota probablemente más humillante de su historia: entre 8.000 y 13.000 soldados perdieron la vida frente a las tribus rifeñas en la región del Rif, territorio del llamado Protectorado español en Marruecos. Y fue en un terreno inhóspito, una llanura estéril donde el sol, en su verticalidad máxima, hería los terruños de aquel pedregal y los cuerpos de miles de soldados españoles sin víveres, sin agua, mal equipados y peor dirigidos. Fue en la llanura de Annual, una pequeña aldea situada entre Melilla y la bahía de Alhucemas, junto al desfiladero de Izumar.
Fue una desbandada brutal huyendo de un enemigo aún mucho menos pertrechado en armamento ligero, pero conocedor del terreno y de la táctica de guerra de guerrillas, una estrategia militar creada precisamente por los españoles. Muchos murieron de sed en los blocaos o fortines sometidos a un incesante asedio por los rifeños; otros tiroteados por la espalda mientras huían hacía Melilla; y otros muchos torturados en el fuerte de Monte Arruit, donde les cortaban las orejas y las narices y les mutilaban los testículos.
El general en jefe de las tropas españolas era el general de división Manuel Fernández Silvestre, héroe en la guerra de Cuba, el general preferido de Alfonso XIII, el cual presumía, haciendo ostentación de su valor, de tener tres testículos. El general Silvestre tenía la intención de conquistar Alhucemas, situada a 30 kilómetros de Annual. El comandante en jefe había extendido las líneas más allá de lo debido. Ya en junio de 1921 un contingente ocupó una posición peligrosa que no tuvo en cuenta posibles represalias. Murieron 179 de los 250 militares españoles que intervinieron en la acción, entre ellos todos los oficiales. Y ese mismo día, en una posición costera, murieron otros 100 militares españoles.
La operación comenzó el 22 de julio y finalizó el 9 de agosto de 1921, 18 días de terror y de angustia para el ejército español. La pésima planificación militar del general Silvestre permitió las emboscadas del líder rifeño Abdelkrim –por cierto sin ninguna experiencia militar–, las cuales provocaron la mayor desbandada de la historia del ejército español.
Nuestro ejército estaba exhausto, herido emocionalmente tras perder una guerra relámpago con los EE.UU., con la voladura del buque Maine –como falso pretexto– en la bahía de la Habana, donde se certificó la pérdida definitiva de nuestras colonias en América y Asia: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
El líder rifeño Abdelkrim el Jatabi había sido amigo de España. Prestó servicio como traductor a las tropas españolas y colaboraba asiduamente en el periódico El Telegrama del Rif. También había sido nombrado en 1914 kadí kodat, o sea, juez de jueces o la máxima autoridad judicial en asuntos indígenas.
Tras el «desastre de Annual», todos los males de España emergieron a la luz como la lava de un volcán. Teníamos no solo un ejército mal instruido, corrupto y peor equipado, así como precariamente preparado para hacer frente a una aventura colonial que satisficiera las ínfulas imperiales de un rey incapaz, mujeriego, apegado a los fusiles y alejado del pueblo; sino también una clase política que había dejado pasar todos los trenes del regeneracionismo y la modernización del país exigido por preclaras voces de la intelectualidad española de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Una clase política aferrada a los viejos clichés decimonónicos como el clientelismo y el caciquismo.
El «desastre de Annual» propició el inicio de una investigación que le fue encomendada al general de división Juan Picasso, tío carnal del pintor Pablo Picasso (representante militar español en la Sociedad de Naciones). Las conclusiones del general, tras una larga y prolija investigación de nueve meses sobre el terreno, plasmada en 2.418 folios, el famoso Expediente Picasso o Informe Picasso, provocó un terremoto político en España, pues salieron a relucir flagrantes y graves responsabilidades de altos mandos militares, de la clase política en su conjunto y, quizá lo más grave: se dejó traslucir las responsabilidades que llegaban hasta el mismísimo rey Alfonso XIII.
Entre esas responsabilidades, quizá la más importante, la del alto comisario en Marruecos, el general Dámaso Berenguer Fusté, el cual, sin embargo, pudo eludir en principio los cargos tras una maniobra del propio Berenguer que, tras solicitar al ministro de la Guerra que se obviara en el informe del general Picasso su posible relación en los planes de operaciones del general Silvestre en Annual, el instructor del Expediente Picasso no tuvo más remedio que obedecer.
A pesar de ello, el Consejo Supremo de Guerra y Marina, tras recibir el Expediente Picasso, recomendó el procesamiento del general Dámaso Berenguer. Al mismo tiempo, dicho Consejo ordenó el procesamiento, por negligencia o abandono de su deber en Annual, a 39 militares, sin contar los 37 oficiales que fueron imputados en el Expediente Picasso. Tras el correspondiente suplicatorio al Senado y la comisión parlamentaria en el Congreso de los Diputados, en junio de 1924 el general Berenguer fue condenado a la separación del servicio y su pase a la reserva por sus graves responsabilidades en el desastre. No obstante, el rey declaró una amnistía el 4 de julio para todos los implicados en Annual y, como premio, nombró al general Berenguer jefe de la Casa Real.
El golpe de estado del general Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923 paralizó todas las actuaciones políticas sobre el Expediente Picasso. El Informe y toda la documentación parlamentaria al respecto fueron incautados por el Directorio militar. Pero el Expediente Picasso no desapareció, lo guardó el diputado Bernardo Sagasta Echevarría en la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos de Madrid, el cual lo devolvió al Congreso una vez proclamada la Segunda República. Durante la guerra civil, sin embargo, el Expediente volvió a desaparecer, recuperado finalmente en 1990 y cedido al Archivo Histórico Nacional, donde se ha digitalizado.
El rey vio peligrar su jefatura tras el Expediente Picasso, y esa circunstancia auspició la llegada al primer plano de la política nacional del capitán general de Cataluña, el general Primo de Rivera, el cual, tras el pronunciamiento militar de septiembre de 1923, tutelado y avalado por el rey Alfonso XIII, suspendió la Constitución de 1876, suspendió todas las garantías constitucionales y anuló toda la actividad política y parlamentaria.
Pero esos tres hechos nucleares de la década de los años veinte del siglo XX, el «desastre de Annual», el Expediente Picasso y la dictadura del general Primo de Rivera entre 1923-1930, fueron el canto de cisne de la Monarquía secular. Los republicanos españoles tomaron la antorcha de la regeneración y modernización del país, tantas veces aparcadas por los gobiernos del «turno» (la alternancia pacífica entre dos partidos) de la Restauración en su periodo largo, 1874-1923, los cuales no supieron o no quisieron llevarla a cabo.
Un nuevo tiempo, con la llegada de la Segunda República el 14 de abril de 1931, se avecinaba. Pero esa es otra historia.